La perversidad diversa es el mayor grado de corrupción y maldad, del modo habitual de conducirse y proceder del ser humano. La gravedad se debe a la ausencia de identificación con Jesucristo, tanto a nivel colectivo como individual. La maldad se ha multiplicado y ha alcanzado dimensiones de calidades, costumbres y cualidades, que han dado forma al carácter distintivo de las personas, pueblos y hasta naciones. Estas prácticas han sido tan habituales y de conocimiento público, que han adquirido fuerza e inherencia de norma o precepto, inclusive hasta con justificación y respaldo legal o militar. La Biblia dice: “Teniendo apariencia de piedad, mas habiendo negado la eficacia de ella: y á éstos evita. Porque de éstos son los que se entran por las casas, y llevan cautivas las mujercillas cargadas de pecados, llevadas de diversas concupiscencias; Que siempre aprenden, y nunca pueden acabar de llegar al conocimiento de la verdad” (2 Timoteo 3.5 al 7 – RVR1909). Hay una confrontación entre la sociedad civil mundial natural y el ámbito espiritual, límite para la trascendencia a la dimensión celestial. Las personas, pueblos y naciones presentan una apariencia de piedad, pero con sus hechos históricos han negado su eficacia, por ejemplo, la aniquilación, conquistas, exterminios, genocidios, guerras, masacres, que en nada representan a Jesucristo, su enseñanza, mensaje y vida.
La sociedad siempre aprende con la historia y nunca llega al conocimiento de la verdad (celestial), porque reiteradamente comete las mismas aniquilaciones, conquistas, exterminios, genocidios, guerras y masacres. Estos nunca aprenden la sana doctrina, porque la sana doctrina es el mismo Jesucristo.
La figura anterior muestra las tres dimensiones de conocimiento, a saber, la base inferior es la dimensión natural, el escalón intermedio como la dimensión espiritual y el área superior como la dimensión de conocimiento celestial. El pasaje mencionado describe la cautividad del pecado, como la diversidad de concupiscencias. Lo diverso significa los distintos, muchos y variados apetitos y deseos desordenados de placeres deshonestos y terrenales. El ser humano incluye una constitución física, mental y social - emocional. Estos componentes estructuran la dimensión natural de la persona, las cuales encontramos recomendaciones, en un análisis y estudio en profundidad de los cuatro evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, donde se transmiten las enseñanzas y mensaje de Jesucristo, para trascender de lo natural a lo espiritual, por consiguiente con la finalidad de la dimensión celestial: “Que también las mismas criaturas serán libradas de la servidumbre de corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8.21 – RVR1909).
El desacato e incumplimiento del evangelio de Jesucristo, es la arrogancia, desvergüenza e insolencia del ser humano en general, impera la justificación y tolerancia a la práctica contraria a Cristo: “Esto también sepas, que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos: Que habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, detractores, desobedientes á los padres, ingratos, sin santidad, Sin afecto, desleales, calumniadores, destemplados, crueles, aborrecedores de lo bueno, Traidores, arrebatados, hinchados, amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3.1 al 4 – RVR1909). La arrogancia de la persona sin Cristo, es la altivez y orgullo de una vida autosuficiente e independiente de Jesucristo, la desvergüenza es la descarada reiteración de faltas a la moral, hábitos deshonestos, malas costumbres, sin pudor, pecados y vicios degenerados y nocivos, pero muchas veces legalizados, aunque sin valor alguno contra los apetitos y deseos carnales del pecado: “Pues si sois muertos con Cristo cuanto á los rudimentos del mundo, ¿por qué como si vivieseis al mundo, os sometéis á ordenanzas, Tales como, No manejes, ni gustes, ni aun toques, (Las cuales cosas son todas para destrucción en el uso mismo), en conformidad á mandamientos y doctrinas de hombres? Tales cosas tienen á la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, y humildad, y en duro trato del cuerpo; no en alguna honra para el saciar de la carne” (Colosenses 2.20 al 23 – RVR1909).
Se dice que la población mundial se acerca alrededor de ocho mil millones de personas, de las cuales se considera que solamente entre dos a tres de cada ocho personas, son las que se hacen llamar cristianos. Esto equivale entre dos mil y tres mil millones, pero la mayoría siguen a Jesucristo a través de los dictados de la religión, con su propia legislación. La sociedad civil tiene sus normas, reglas y leyes propias, así cada religión, sea cristiana o sin ser cristiana, tiene también establecidas sus normas, reglas y leyes religiosas. En relación con la vida eterna, el mundo ofrece falsas esperanzas y promesas, a pesar de las supuestas buenas intenciones, porque lo que hay que esperar y las verdaderas promesas son las de Jesucristo: “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme á la carne, mas conforme al espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8.1 al 2 – RVR1909). La religión cristiana es necesaria para la evangelización y mostrar a Jesucristo ante el mundo: “El que dice que está en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2.6 – RVR1909).
Jesucristo de ninguna manera vino con la finalidad de llevarnos a una religión, porque a quien nos lleva en consagración y santidad, es a Dios el Padre: “Jesús le dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14.6 – RVR1909). Históricamente la ambición y luchas de poder, tanto del mundo como de la religión han obstruido la justicia y obra de Jesucristo, sus acciones y luchas de autoridad jerárquica, en nada se parecen al amor, humildad, mansedumbre y servicio de Cristo, una verdadera vida de servicio comunitario y social, sin ningún tipo de práctica de corrupción, maldad, pecado o vicio. Aún así, en la actualidad, la humanidad y sus respectivas naciones, dan su vida por amor al consumismo desenfrenado, al dinero, al expansionismo militar y territorial, a la patria, al poder, a la riqueza, entre otros, en lugar de dar su vida en amor y servicio a Jesucristo: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, no es del Padre, mas es del mundo. Y el mundo se pasa, y su concupiscencia; mas el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre” (1 Juan 2.15 al 17 – RVR1909).
El pecado está en aquel que sabe hacer lo bueno, pero se queda sin hacer el bien, sin hacer la voluntad de Dios practicada por Jesucristo: “Y no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es un vapor que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quisiere, y si viviéremos, haremos esto ó aquello. Mas ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala. El pecado, pues, está en aquel que sabe hacer lo bueno, y no lo hace” (Santiago 4.14 al 17 – RVR1909). La inmediatez impera en la sociedad, el supuesto éxito inmediato en el enriquecimiento, progreso y prosperidad, deslumbra, esclaviza y ocupa al mundo entero, de manera que excluyen a Jesucristo de sus vidas. Por otra parte, en el otro extremo de la población, el empobrecimiento, escases, necesidad, trae consigo la angustia, ansiedad y sufrimiento, que ofusca a un razonamiento sin lucidez. La persona se estanca y paraliza mentalmente, sin saber qué hacer, tener hambre y ver los hijos sin que comer, el desempleo, no tener donde vivir, un techo donde guarecer, vivir en la calle, caminar grandes distancias y recorrer zonas peligrosas, debido a la migración humana en busca de trabajo y un mejor porvenir, familiar y personal. Este extremo también ocupa a la gente en desesperación, de manera que no se tiene espacio ni tiempo para Jesucristo.
¿Cómo ocuparse de Jesucristo en las buenas y en las malas? Hay culturas, sociedades y naciones que conforme están mejor económicamente, financieramente y laboralmente, menos sienten o tienen necesidad de Jesucristo. En estos países las infraestructuras utilizadas como iglesias, están disminuyendo, eliminando o transformando en locales comerciales. Otras culturas, sociedades o naciones, arruinadas y endeudadas por la esclavitud de la usura, y por el robo de su riqueza mineral y natural, absorbidos por la corrupción, decadencia, inseguridad ciudadana, salubridad y social, pobreza extrema, tráfico de mercancías y trata de personas, también tienen la ausencia de disposición a amar y servir a Jesucristo. Entonces, ni la riqueza ni la pobreza es escusa, ni generan en la persona un interés genuino de aprender, practicar y seguir a Jesucristo. Se requiere entre seres humanos, el equilibrio de entender y conocer a Dios, según su voluntad de hacer justicia y misericordia. La Biblia dice: “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio, y justicia en la tierra: porque estas cosas quiero, dice Jehová” (Jeremías 9.23 al 24 – RVR1909).
La vida es corta, pasajera, superficial y temporal, entender y conocer a Dios, es prioritario para aprovechar el poco tiempo de vida. Tener un alto concepto de Jesucristo, es lo que vale la pena en esta brevedad de la vida. Presumir o vanagloriarse de lo académico, científico, intelectual o profesional, por encima de Jesucristo mismo. Quizás por la acumulación de posesiones y riquezas. Tal vez por el éxito alcanzado a través de la fama, gloria, prestigio o status social. Posiblemente al destacar o sobresalir como artista, cantante, comerciante, conferencista, deportista, desarrollador de software, empresario, motivador, músico, político, presentador de internet o de televisión, por ser un distinguido religioso o tecnólogo. También por causa de ser un conocido guerrero, líder del ejército o soldado. Pero de qué sirve honrarse a sí mismo o jactarse, por una vida de lujo, opulencia y vanidad, si el disfrute de los deseos y placeres es por un período específico de muy poca duración, mientras que mediante Jesucristo se podría aspirar a una vida eterna: “Porque ¿quién te distingue? ¿ó qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no hubieras recibido?” (1 Corintios 4.7 – RVR1909). Así como la persona viene a esta vida sin nada igual se va: “Como salió del vientre de su madre, desnudo, así se vuelve, tornando como vino; y nada tuvo de su trabajo para llevar en su mano” (Eclesiastés 5.15 – RVR1909). Esto significa que a manos vacías nos vamos de este mundo, por más que se haya acumulado: “Porque nada hemos traído á este mundo, y sin duda nada podremos sacar” (1 Timoteo 6.7 – RVR1909).
La persona cree tener el poder absoluto y son consideradas dioses o ídolos del mundo: “Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo” (Apocalipsis 3.17 – RVR1909). Todo ser humano por más presunción es un desventurado si vive sin Dios: “Y diré á mi alma: Alma, muchos bienes tienes almacenados para muchos años; repósate, come, bebe, huélgate. Y díjole Dios: Necio, esta noche vuelven á pedir tu alma; y lo que has prevenido, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico en Dios” (Lucas 12.19 al 21 – RVR1909), mientras tanto, aquellos que tienen a Jesucristo en la mente y el corazón, aman y hacen la obediencia a la voluntad de Dios Padre, estos tienen la mejor promesa celestial de vida eterna; siempre y cuando, vivan sin el atrevimiento del acto temerario de la deshonra e irrespeto a Jesucristo, quien es la verdad de acción, palabra o verbo de Dios:
“Conforme á la fe murieron todos éstos sin haber recibido las promesas, sino mirándolas de lejos, y creyéndolas, y saludándolas, y confesando que eran peregrinos y advenedizos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan á entender que buscan una patria. Que si se acordaran de aquella de donde salieron, cierto tenían tiempo para volverse: Empero deseaban la mejor, es á saber, la celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos: porque les había aparejado ciudad” (Hebreos 11.13 al 16 – RVR1909).