La declaración, dedicación y reconocimiento, además de conceptos teóricos indispensables entre los seguidores de Jesucristo, son válidos en la medida de su aplicación o puesta en práctica, para identificar y ser en la realidad discípulos de Jesucristo. Estos conceptos aunque tienen un significado aparentemente básico, requieren de cierta complejidad para ser demostrados en el diario vivir. Primeramente, creer en Jesucristo es confesar con la expresión o palabras sin avergonzar: “Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia; mas con la boca se hace confesión para salud. Porque la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.” (Romanos 10.9 al 11 – RVR1909). Mencionar de boca el nombre de Jesucristo, requiere en la persona una congruencia de su propio comportamiento, comparado con el ejemplo y modelo de vida de Jesucristo. Aquí está la complejidad, y para algunos no les importa excluir a Jesucristo de sus vidas, para rehuir al compromiso y responsabilidad de sus propios actos. Cuando una persona habla de Jesucristo, implica en esta persona, cierta autoridad de dominio y respaldo en la materia temática, tanto de la enseñanza como de la vivencia de Jesucristo. Esto se podría considerar como el conocimiento de causa, cuando se sabe con certeza el motivo y razón, justificativo de las acciones cristianas. Por lo tanto, es necesaria la experiencia, un apoyo práctico de la vivencia de ejercer la enseñanza y mensaje de Jesús. En el caso de hacerse llamar cristiano, tiene sentido el dominio de la materia educativa y formativa impartida por Jesucristo, sus discípulos aprendieron de Jesús durante tres años y seis meses, semejante a una escuela donde Jesucristo es el consejero, guía, maestro o mentor, con las advertencias suficientes para el comportamiento y conducta de la vida.
Para esclarecer se realiza un análisis desmenuzado del concepto de declaración a Jesucristo: el fraccionamiento cristiano histórico, representa una ruptura conceptual, en la opinión, relación y significado que se tiene de Cristo. La división congregacional, denominacional, eclesiástica y religiosa, ha creado un innumerable fraccionamiento de conceptos, creencias, dogmas y reglas, que son infalibles y supremas a lo interno de cada grupo u organización. Esta supremacía de creencias consuelan a los creyentes, como poseedores del medio para salvación y vida eterna, aunque involuntario o voluntario, consciente o inconsciente, con estos credos o creencias sustituyen el verdadero enfoque en Cristo. Las divisiones se gestan y nacen inicialmente como órdenes religiosas, monásticas y congregaciones religiosas, con la virtud a través de reglas de vida morales y prácticas, contrastada con el poder religioso terrenal. También los llamados reformadores y la contrarreforma, defensores de sus respectivas doctrinas, fundamentos, puntos de fe o tesis.
Hay personas acostumbradas con la presunción de un énfasis de cristianismo sin Cristo, porque divagan en una inmensidad de temas variados, sin conversar o mencionar el nombre de Jesucristo, o de sus enseñanzas, evangelio y mensaje directo. Estas personas se hacen llamar cristianos pero se avergüenzan de su mención. Jesucristo dijo: “Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adulterina y pecadora, el Hijo del hombre se avergonzará también de él, cuando vendrá en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8.38 – RVR1909). La persona considerada discípulo de Jesucristo, que externa públicamente ante otras personas oyentes o testigos, el criterio, discernimiento u opinión personal acerca de su creencia en Jesucristo, hace constar además de lo que se piensa de Jesucristo, su absoluta devoción en forma exclusiva, su afiliación y seguimiento a la comunidad, escuela y doctrina de Jesucristo. Se puede observar a continuación los muchos elementos aglutinados adecuadamente para una organización eclesiástica eficiente y multitudinaria. Es importante diferenciar entre el grupo comunitario de fe y discipulado establecido por Jesús, contrastado con la institucionalidad eclesiástica surgida posteriormente, debido a la necesidad de regulación, administrativa, animadora, archivística, caritativa, comunicativa, congregacional, constructiva, controladora, coordinadora, costumbres, crecimiento, creencias, diaconado, diplomacia, dirección, documental, dogmática, económica, episcopal, evaluación, evangelística, feligresía, financiera, imperial, jurídica, jurisprudencia, laboral, magisterial, militante, ministerial, monástica, operacional, orden litúrgico, organizacional, planificación, predicadora, presupuestaria, recaudación, reglamentaria, religiosa, ritual, sacerdotal, salarial, supervisión, tradicional y voluntariado.
Todas estas actividades presentan una iglesia estable y sólida en términos de organización, pero se vuelve un sistema exorbitante, excesivamente grande y robusto, donde se pierde de vista a Jesucristo como el centro del organismo eclesiástico, especialmente la pérdida de la declaración, dedicación y reconocimiento de la autoridad y exclusividad de Cristo. Ciertamente se requiere el reconocimiento de que fuimos pecadores, porque Jesucristo siempre dijo: “Ve y no peque más”. Es necesario reconocer la obra salvadora de Jesús, al morir en la cruz para perdón de nuestros pecados, pero que Jesucristo sea reconocido como el único salvador personal y quien solamente nos ofrece el medio para vida eterna. La historia del ordenamiento, organización y regulación demuestra el surgimiento de declaraciones, dedicaciones y reconocimientos contrarios a Cristo, pero considerados verdaderos y procedentes de Dios, aunque se hayan establecido como mentiras camufladas de verdad. Por ejemplo, todo lo que reemplaza o sustituye a Cristo con la religión, a través de la adoración, advocación, alabanza, arrodillamiento, consagración, creencia, culto, devoción, invocación, liturgia, oraciones, plegarias, reglamentación, ritos, santificación, signos, súplicas y veneración: “No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino como á los que la conocéis, y que ninguna mentira es de la verdad. ¿Quién es mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este tal es anticristo, que niega al Padre y al Hijo. Cualquiera que niega al Hijo, este tal tampoco tiene al Padre. Cualquiera que confiesa al Hijo tiene también al Padre” (1 Juan 2.21 al 23 - RVR1909).
Negar a Cristo, es negar el primer lugar o supremacía de Cristo en todo, es despreciar su única mediación, es creer y practicar otros medios alternativos para llegar al Padre en lugar de Cristo, es depositar la confianza y fe en amuletos, artilugios, fetiches, personas o seres angelicales, es la divinización de las dignidades eclesiásticas, sus acuerdos, credos, creencias, documentos, dogmas, ideas o hasta ideologías, establecidas como iguales o superiores a Cristo o en su representación. Existe una apologética y endiosamiento en defensa a lo eclesiástico, como sumo medio de salvación y vida eterna, aunque sean decretos establecidos por la iglesia, con un desenfoque del principal que es Cristo. La Biblia dice: “Profésanse conocer á Dios; mas con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados para toda buena obra” (Tito 1.16 – RVR1909). Se profesa conocer a Dios, pero con los hechos se vive en desobediencia, así es negar la obra de Cristo, se hace vana la muerte y resurrección de Jesucristo, porque el ser humano continúa habituado al pecado, justificado en que somos pecadores, se considera basto y suficiente la asistencia a la iglesia, para cumplir con las normas, preceptos y reglas eclesiásticas, aunque se viva en pecado: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por el pecado, Sino una horrenda esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar á los adversarios” (Hebreos 10.26 al 27 – RVR1909).
Esta clase de pecado se refiere al reiterativo, aquel pecado repetido, porque se vuelve a practicar con frecuencia. Así en lo eclesiástico se crearon instrumentos para mantener al feligrés en comunión con la iglesia, aunque transgreda la palabra de Dios, puede ejercer la opción de la penitencia durante la vida, o la posibilidad de la indulgencia en el transcurso de la muerte. Además como última instancia o recurso podría purgar sus pecados, para recibir salvación y vida eterna. Así de fácil, sin necesidad del sacrificio y derramamiento de la sangre de Cristo: “¿Cuánto pensáis que será más digno de mayor castigo, el que hollare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del testamento, en la cual fué santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (Hebreos 10.29 – RVR1909). Históricamente se ha mezclado a conveniencia la intensidad de luz con la oscuridad, para resurgir un tipo de contraste de tinieblas, gris claro como la neblina o la niebla, de gran confusión e ignorancia, donde de ninguna manera se reconoce la autoridad de Jesucristo:
“Teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón: Los cuales después que perdieron el sentido de la conciencia, se entregaron á la desvergüenza para cometer con avidez toda suerte de impureza. Mas vosotros no habéis aprendido así á Cristo: Si empero lo habéis oído, y habéis sido por él enseñados, como la verdad está en Jesús, A que dejéis, cuanto á la pasada manera de vivir; el viejo hombre que está viciado conforme á los deseos de error; Y a renovarnos en el espíritu de vuestra mente, Y vestir el nuevo hombre que es criado conforme á Dios en justicia y en santidad de verdad” (Efesios 4.18 al 24 – RVR1909).