13) Los atributos o cualidades.

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La personalidad de los Discípulos de Jesucristo.

         Los atributos o cualidades de Dios influyen en la forma o manera de ser de la persona y está relacionado con la esencia del ser en Cristo Jesús Señor nuestro. Esta esencia hace alusión a lo inherente, por ser inseparable, también a lo innato, porque es connatural, o sea, nacido con el mismo ser de forma intrínseca desde lo más interno. La Biblia dice: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo? tribulación? ó angustia? ó persecución? ó hambre? ó desnudez? ó peligro? ó cuchillo? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo: Somos estimados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8.35 al 37 – RVR1909). Es una esencia inmanente por la inherencia al ser y por estar unida de modo inseparable a la existencia: “Por lo cual estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, Ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8.38 al 39 – RVR1909).

 

         Algunas personas con la iniciativa propia desde la niñez, descubren y observan en todo el transcurso de su vida, la imperante búsqueda y necesidad sobrenatural de amar y obedecer a Dios, aún perdura hasta en su longevidad. Esta relación la encontramos entre Dios Padre y su Hijo: “Y el niño crecía, y fortalecíase, y se henchía de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él… Y Jesús crecía en sabiduría, y en edad, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2.40 y 52 – RVR1909). En este caso Jesús aclara y menciona lo siguiente:

 “Estas cosas habló Jesús, y levantados los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora es llegada; glorifica á tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique á ti; Como le has dado la potestad de toda carne, para que dé vida eterna á todos los que le diste. Esta empero es la vida eterna: que te conozcan el solo Dios verdadero, y á Jesucristo, al cual has enviado. Yo te he glorificado en la tierra: he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú cerca de ti mismo con aquella gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese” (Juan 17.1 al 5 – RVR1909).

 

         Dios antes de Moisés se manifiesta como Dios Omnipotente, pero después de Moisés se da a conocer con el nombre de Yahvé o Jehová: “Habló todavía Dios á Moisés, y díjole: Yo soy JEHOVÁ; Y aparecí á Abraham, á Isaac y á Jacob bajo el nombre de Dios Omnipotente, mas en mi nombre JEHOVÁ no me notifiqué á ellos” (Éxodo 6.2 al 3 – RVR1909). Por esta razón desde el libro de Génesis, el autor escribe el nombre Jehová, por ejemplo en el pasaje de Génesis 4.26, cuando a Set le nace un hijo por nombre de Enós, entonces las personas empiezan a invocar el nombre de Jehová. En realidad antes de Moisés Dios se da a conocer como Dios Omnipotente.

 

         El nombre de Dios es un tetragrámaton representado con las siguientes letras: YHVH, que se asocia con el significado de Ser o hacer que exista: “Y dijo Moisés á Dios: He aquí que llego yo á los hijos de Israel, y les digo, El Dios de vuestros padres me ha enviado á vosotros; si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre? ¿qué les responderé? Y respondió Dios á Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás á los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado á vosotros” (Éxodo 3.13 al 14 – RVR1909). Para lograr su pronunciación fue necesario agregarle vocales, quedando Yahveh o la forma latinizada Jehovah, de donde provienen las trascripciones al castellano de Yahvé o Jehová: “Oh Jehová, Señor nuestro, ¡Cuán grande es tu nombre en toda la tierra, Que has puesto tu gloria sobre los cielos!” (Salmos 8.1 – RVR1909). Otro pasaje dice: “Y conozcan que tu nombre es JEHOVÁ; Tú solo Altísimo sobre toda la tierra” (Salmos 83.18 – RVR1909). También dice: “Alabad, siervos de Jehová, Alabad el nombre de Jehová. Sea el nombre de Jehová bendito, Desde ahora y para siempre. Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, Sea alabado el nombre de Jehová” (Salmos 113.1 al 3 – RVR1909). Y dice: “Oh Jehová, eterno es tu nombre; Tu memoria, oh Jehová para generación y generación (Salmos 135.13 – RVR1909). Por cuestiones del idioma, la preferencia es utilizar como fuente las consonantes YHVH, para representar en castellano Yahvé del nombre de Dios Yahveh. También se presenta la transliteración de fuente JHWH y el resultado como Jehowah, aunque en el idioma inglés utilizan Yahweh del tetragrámaton YHWH.

 

         En todo caso a Dios se le llama Señor (Génesis 15.2 y 8; Éxodo 23.17 y 34.23), y Padre: “Tú empero eres nuestro padre, si bien Abraham nos ignora, é Israel no nos conoce: tú, oh Jehová, eres nuestro padre; nuestro Redentor perpetuo es tu nombre” (Isaías 63.16 – RVR1909) y “Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros lodo, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos, todos nosotros” (Isaías 64.8 – RVR1909). Jesucristo lo confirma: “Y les dijo: Cuando orareis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos; sea tu nombre santificado. Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Lucas 11.2 – RVR1909). Dios Padre es el Ser Supremo, que no tiene superior en su orden (1 Crónicas 29.11 al 12). Es el Todopoderoso (Génesis 17.1), que existe por sí mismo como Dios Eterno (Génesis 21.33; Job 36.26), y es el Creador de todas las cosas que existen (Génesis 1.1; Hechos 17.24). Desde el principio de la creación Dios se ha manifestado como Padre, prueba de esto es que el evangelio de Lucas declara a Adán como hijo de Dios (Lucas 3.38). Este pueblo de hijos de Dios son los que se mezclaron con mujeres de los hombres que no clamaban a Dios (Génesis 6.1 al 5). Pero Noe halló gracia ante los ojos de Jehová y era varón justo, perfecto en sus generaciones que caminó con la voluntad de Dios (Génesis 6.8 al 9). En Job también se habla de hijos de Dios, quienes se presentan delante de Jehová (Job 2.1).

 

         Se acostumbra en la Biblia acompañar el Nombre de Dios con alguna de las siguientes cualidades: Alto o Altísimo, Bandera o Estandarte, Justo o Justicia, Pacificador o Paz, Pastor, Proveedor, Sanador y Viviente (Génesis 14.18 al 20 y 22.13 al 14; Éxodo 15.26 y 17.15; Josué 3.10; Jueces 6.24; Salmos 23.1; Jeremías 23.6). Se le conoce como Jehová de los ejércitos y el Santo de Israel: “Porque tu marido es tu Hacedor; Jehová de los ejércitos es su nombre: y tu redentor, el Santo de Israel; Dios de toda la tierra será llamado” (Isaías 54.5 – RVR1909 y 1.4, 5.24; Oseas 12.6). Entre sus atributos están los siguientes: Celoso (Éxodo 34.14; Deuteronomio 6.14 al 15), Eterno (Deuteronomio 33.27), Inescrutable (Job. 5.8 al 9; Romanos 11.33), Inmutable (Hebreos 6.17 al 18), Invisible (Romanos 1.20; Colosenses 1.15; 1 Timoteo 1.17; Hebreos 11.27), Justo (Éxodo 9.27; Deuteronomio 32.3 al 4; 2 Crónicas 12.6; Esdras 9.15), Misericordioso (Éxodo 34.6; Deuteronomio 4.31; 2 Crónicas 30.9; Salmos 86.15 y 145.17; Jeremías 3.12), Omnipotente (Génesis 35.11 y 43.14; Salmos 91.1; Ezequiel 10.5), y Santo (Levíticos 11.44 al 45, 19.2 y 21.8; Josué 24.19; Isaías 5.16 y 43.15). Dios es Espíritu (Juan 4.24), sin embargo, para que la humanidad entienda mejor a Dios, se le han dado características físicas similares a las del ser humano, entre algunas están: ojos y oídos (Salmos 11.4 y 34.15), brazos, manos y rostro (Salmos 89.13 al 14 y 119.73).

 

         El Padre posibilita en su Hijo de la plenitud de sus atributos y poder. En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad y es cabeza de todo principado y potestad (Colosenses 2.9 al 10), porque el Hijo es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1.15; 2 Corintios 4.4) y el primogénito de toda creación, por cuando agradó al Padre que en él habitase toda plenitud (Colosenses 1.15 al 19). Del Hijo recibimos su semejanza en la humanidad corporal, pero del Padre podríamos ser semejantes en su eternidad, mediante la promesa de salvación y vida eterna, porque el Padre es invisible (1 Timoteo 1.17), pero su Hijo le ha dado a conocer. Dios comparte la gloria con su Hijo, a quien exaltó cuando no quiso dar la gloria a nadie más sino a su propio Hijo. En el nombre de Jesús se dobla toda rodilla y toda lengua confiesa a Jesucristo como el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2.9 al 11). Esto lo encontramos en el libro del profeta Isaías, donde se declara frente a los ídolos de Babilonia que no hay más Dios que él, no hay otro Dios y nada semejante a él (Isaías 45.20 al 23 y 46.9). En el contexto de los falsos dioses, Dios anunció su mensajero, su siervo en quien tiene contentamiento, puso sobre él su Espíritu para que trajera justicia a las naciones (Isaías 42.1 al 8), este es su Hijo Jesús a quien Dios glorificó (Hechos 3.13), porque había prometido que no le daría su gloria a nadie más que no sea su mensajero y siervo escogido, ni le daría su alabanza a esculturas:

“Yo Jehová te he llamado en justicia, y te tendré por la mano; te guardaré y te pondré por alianza del pueblo, por luz de las gentes; Para que abras ojos de ciegos, para que saques de la cárcel á los presos, y de casas de prisión á los que están de asiento en tinieblas. Yo Jehová: este es mi nombre; y á otro no daré mi gloria, ni mi alabanza á esculturas” (Isaías 42.6 al 8 – RVR1909).

 

         Es así como en el evangelio de Juan encontramos que Cristo es glorificado por su Padre (Juan 8.54), o sea, glorificar es hacer digno de alabanza y honor. A su vez el Padre es glorificado en Jesucristo (Juan 13.31 al 32). Esto fue testificado cuando se oyó desde el cielo la voz del Padre confirmando la glorificación del nombre (Juan 12.28 al 30). Esta virtud de Cristo de exaltar al Padre y por el mérito de hacer la obra recibida por la encomienda de Dios, entonces su Padre también le glorifica al lado suyo (Juan 17.1 y 4 al 5). En el Apocalipsis se hace referencia del Señor Jesucristo como el que ha de venir Todopoderoso (Apocalipsis 1.8). También se dice que es digno de alabanza, fortaleza, gloria, honra, poder, riquezas y sabiduría, por los siglos de los siglos (Apocalipsis 5.12 al 13). Jesús prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28.20), esto es omnipresencia.  Además el Hijo es engrandecido y exaltado por el Padre como Salvador (Hechos 5.31), de manera que siendo Dios Hijo llega a ser engrandecido como Dios Salvador (Tito 2.13). También está presente la omnisciencia en el Hijo de Dios, porque conoce los pensamientos de las personas (Mateo 12.25; Juan 2.24 al 25 y 16.30).

 

         Hay una unicidad de Dios frente a los dioses. El Dios Creador es único frente a los dioses de los pueblos politeístas. En su sola potestad no tiene igual. Antes de él no fue formado otro ni después de él habrá otro igual, existía antes que hubiera día y lo que hace no hay quien lo estorbe (Isaías 43.10 al 13). En el cuarto día de la creación hizo el sol, la luna y las estrellas, de manera que es superior a los astros adorados mediante la idolatría y es más grande que todos los dioses imaginarios de las gentes y pueblos (Éxodo 18.11; Salmos 95.3 y 96.5). Es abominación servir a dioses ajenos e inclinarse ante ellos (Levítico 26.1), ya sea al sol, la luna, a todo el ejército del cielo (Deuteronomio 17.2 al 5) o a los signos del zodíaco (2 Reyes 23.5). El ser humano se olvidó de su Creador, se inclinó y rindió culto a las criaturas, a pesar de conocer a Dios, su eterno poder y deidad, claramente visibles desde la creación del mundo por medio de las cosas hechas (Romanos 1.20 al 25). Dios es único (Deuteronomio 6.4; Isaías 45.5 al 6; Santiago 2.19), porque absolutamente nada puede sustituir su preeminencia y supremacía, su grado supremo en superioridad jerárquica, por esta razón Jesús manifestó el mandamiento de amar a Dios en primer lugar, con todo el corazón, fuerzas, mente y vida (Marcos 12.28 al 34). La unicidad de Dios es frente a estos dioses paganos, por lo tanto, no hay más que un Dios:

“… Porque aunque haya algunos que se llamen dioses, ó en el cielo, ó en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), Nosotros empero no tenemos más de un Dios, el Padre, del cual son todas las cosas, y nosotros en él: y un Señor Jesucristo, por el cual son todas las cosas, y nosotros por él” (1 Corintios 8.4 al 6 – RVR1909).

 

         Jesucristo representa el carácter del Padre, en la autoridad, energía, fuerza y poder. La pluralidad de Dios “Elohim” (Dioses) frente a su Hijo la encontramos desde el principio de la creación cuando Dios dijo: “… Hagamos al hombre á nuestra imagen, conforme á nuestra semejanza;…” (Génesis 1.26 – RVR1909). También está en el pasaje de la construcción de una ciudad con la torre de Babel cuando Jehová dijo: “… Ahora pues, descendamos, y confundamos allí sus lenguas,…” (Génesis 11.6 al 7 – RVR1909). Esta relación entre Padre e Hijo es un diteísmo claramente señalado en muchos pasajes de las Sagradas Escrituras. En la carta a los Hebreos nos dice lo siguiente del Hijo comparado con su Padre:

“El cual siendo el resplandor de su gloria, y la misma imagen de su sustancia, y sustentando todas las cosas con la palabra de su potencia, habiendo hecho la purgación de nuestros pecados por sí mismo, se sentó á la diestra de la Majestad en las alturas, Hecho tanto más excelente que los ángeles, cuanto alcanzó por herencia más excelente nombre que ellos. Porque ¿á cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi hijo eres tú, Hoy yo te he engendrado? Y otra vez: Yo seré á él Padre, Y él me será á mí hijo?” (Hebreos 1.3 al 5 – RVR1909).

 

         El Hijo es superior a los ángeles porque Dios es su Padre. La explicación de esto se encuentra al inicio del evangelio de Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios” (Juan 1.1 al 2 – RVR1909), que parafraseamos así: la Palabra o Verbo (que es el Hijo) es un Dios que está con Dios (el Padre), o sea el Hijo era en el principio con el Padre. Además se manifiesta: “Y aquel Verbo fué hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad…  A Dios nadie le vió jamás: el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le declaró” (Juan 1.14 y 18 – RVR1909).

 

         Dios Hijo es el que fue manifestado en carne y recibido arriba en gloria: “Y sin contradicción, grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne; ha sido justificado con el Espíritu; ha sido visto de los ángeles; ha sido predicado á los Gentiles; ha sido creído en el mundo; ha sido recibido en gloria” (1 Timoteo 3.16 – RVR1909). Otro pasaje en la carta a los Hebreos llama al Hijo como Dios y menciona que fue ungido por su Dios (el Padre): “Mas al hijo: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; Vara de equidad la vara de tu reino; Has amado la justicia, y aborrecido la maldad; Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más que á tus compañeros” (Hebreos 1.8 al 9 – RVR1909). Este texto hace alusión a Salmos 45.6 al 7. Dios Padre ha exaltado a su Hijo Jesús con su diestra: “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, levantado por la diestra de Dios, y recibiendo del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hechos 2.32 al 33 – RVR1909). Otro pasaje confirma: “El Dios de nuestros padres levantó á Jesús, al cual vosotros matasteis colgándole de un madero. A éste ha Dios ensalzado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar á Israel arrepentimiento y remisión de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios á los que le obedecen” (Hechos 5.30 al 32 – RVR1909). Esteban lleno del Espíritu Santo, viendo en dirección al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús a su diestra: “Más él, estando lleno de Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vió la gloria de Dios, y á Jesús que estaba a la diestra de Dios, Y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está á la diestra de Dios” (Hechos 7.55 al 56 – RVR1909).

 

         Cristo Jesús antes de ser enviado por su Padre y estando en forma de Dios, no se aferró a mantenerse como Dios, sino que se despojó a sí mismo y vino como ser humano en carne:

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: El cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual á Dios: Sin embargo, se anonadó á sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante á los hombres; Y hallado en la condición como hombre, se humilló á sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le ensalzó á lo sumo, y dióle un nombre que es sobre todo nombre; Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra; Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, á la gloria de Dios Padre” (Filipenses 2.5 al 11 – RVR1909).

 

         Luego Jesucristo volvió al cielo de Dios y se sentó a la diestra de su Padre hasta poner a sus enemigos por estrado de sus pies: “Jehová dijo á mi Señor: Siéntate a mi diestra, En tanto que pongo tus enemigos por estrado de tus pies” (Salmos 110.1 – RVR1909; Hechos 2.34 al 36; Colosenses 3.1; Hebreos 1.13, 8.1 y 10.12 al 13), así es como se sentó al lado del Padre en su trono (Apocalipsis 3.21). Antes de subir confesó que iba a su Dios y Padre: “… Subo a mi Padre y á vuestro Padre, a mi Dios y á vuestro Dios.” (Juan 20.17 – RVR1909). Por lo tanto, el Hijo no es el mismo Dios con el Padre, sino que el Padre es Dios de su Hijo (Marcos 15.34; 1 Pedro 1.3; Apocalipsis 1.1 y 3.12). La unidad del Hijo y del Padre es en el mismo amor, carácter, propósito y sentido, porque hay una unanimidad de Dios con su Hijo. Jesús dijo que nadie había visto al Padre, salvo él mismo: “Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados de Dios. Así que, todo aquel que oyó del Padre, y aprendió, viene á mí. No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios, éste ha visto al Padre” (Juan 6.45 al 46 – RVR1909) y los ángeles que están en el cielo (Mateo 18.10). Por medio del Hijo es que conocemos al Padre. A Dios nadie le vio jamás (Juan 1.18). A través de Jesús histórico con los hechos de su vida, por su demostración de tener a Dios Padre en su corazón, hace visible ante la humanidad al Padre, en su forma de ser:

“… ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo: mas el Padre que está en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí: de otra manera, creedme por las mismas obras. De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará; y mayores que éstas hará; porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, esto haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 14.7 al 13 – RVR1909).

 

         La unanimidad del Hijo con su Padre es en amor, gracia, misericordia, paz, propósito, unidad y verdad: “Sea con vosotros gracia, misericordia, y paz de Dios Padre, y del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor” (2 Juan 3 – RVR1909). El Padre y el Hijo son de un mismo parecer:

“Yo y el Padre una cosa somos. Entonces volvieron á tomar piedras los Judíos para apedrearle. Respondióles Jesús: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál obra de esas me apedreáis? Respondiéronle los Judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Respondióles Jesús: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, Dioses sois? Si dijo, dioses, á aquellos á los cuales fué hecha palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada); ¿A quien el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy? Si no hago obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque á mí no creáis, creed á las obras; para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan 10.30 al 38 – RVR1909).

 

         También nosotros es necesario que seamos unánimes con la esencia o ser divino (deidad), en sus características y cualidades, en perfecto amor y unidad: “Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo á ti vengo. Padre santo, á los que me has dado, guárdalos por tu nombre, para que sean una cosa, como también nosotros” (Juan 17.11 – RVR1909). En resumen, tenemos el siguiente pasaje con la combinación de toda esta explicación:

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste. Y yo, la gloria que me diste les he dado; para que sean una cosa, como también nosotros somos una cosa. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también á mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo; para que vean mi gloria que me has dado: por cuanto me has amado desde antes de la constitución del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, mas yo te he conocido; y éstos han conocido que tú me enviaste; Y yo les he manifestado tu nombre, y manifestarélo aún; para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Juan 17.20 al 26 – RVR1909).

 

         No obstante, hay diferencias entre el Hijo y el Padre, porque Dios es mayor que su Hijo. El Padre es la cabeza de Cristo (1 Corintios 11.3). Jesucristo admitió la potestad del Padre (Mateo 20.23 y 24.36; Hechos 1.7), confirma que su Padre es mayor que él: “Habéis oído cómo yo os he dicho: Voy, y vengo á vosotros. Si me amaseis, ciertamente os gozaríais, porque he dicho que voy al Padre: porque el Padre mayor es que yo” (Juan 14.28 – RVR1909), inclusive el Hijo se sujetará al Padre, para que Dios Padre prevalezca sobre todo: “Porque todas las cosas sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice: Todas las cosas son sujetadas á él, claro está exceptuado aquel que sujetó á él todas las cosas. Mas luego que todas las cosas le fueren sujetas, entonces también el mismo Hijo se sujetará al que le sujetó á él todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas en todos” (1 Corintios 15.27 al 28 – RVR1909). Otra expresión del Hijo demuestra que está sujeto al Padre, por ejemplo: “…porque yo de Dios he salido, y he venido; que no he venido de mí mismo, mas él me envió” (Juan 8.42 – RVR1909).  Además cuando ora al Padre para que pase de él la copa, pero no conforme a su propia voluntad sino de acuerdo a la voluntad del Padre (Lucas 22.41 al 42), y hace lo agradable al Padre:

“Y decíanle: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: El que al principio también os he dicho. Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros: mas el que me envió, es verdadero: y yo, lo que he oído de él, esto hablo en el mundo. Mas no entendieron que él les hablaba del Padre. Díjoles pues, Jesús: Cuando levantareis al Hijo del hombre, entonces entenderéis que yo soy, y que nada hago de mí mismo; mas como el Padre me enseñó, esto hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre; porque yo, lo que á él agrada, hago siempre” (Juan 8.25 al 29 – RVR1909).

 

         Otro texto resumen de esta explicación es el siguiente, porque Jesús dice que no puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre así hará igualmente:

“Respondió entonces Jesús, y díjoles: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que viere hacer al Padre: porque todo lo que él hace, esto también hace el Hijo juntamente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que éstas le mostrará, de suerte que vosotros os maravilléis. Porque como el Padre levanta los muertos, y les da vida, así también el Hijo á los que quiere da vida. Porque el Padre á nadie juzga, mas todo el juicio dió al Hijo; Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá á condenación, mas pasó de muerte á vida. De cierto, de cierto os digo: Vendrá hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y los que oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así dió también al Hijo que tuviese vida en sí mismo: Y también le dió poder de hacer juicio, en cuanto es el Hijo del hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; Y los que hicieron bien, saldrán á resurrección de vida; mas los que hicieron mal, á resurrección de condenación. No puedo yo de mí mismo hacer nada: como oigo, juzgo: y mi juicio es justo; porque no busco mi voluntad, mas la voluntad del que me envió, del Padre” (Juan 5.19 al 30 – RVR1909).

 

         Jesucristo es el Hijo de Dios o Dios Hijo. Jesús es el Hijo de Dios Padre (Juan 1.49) y Jesús mismo lo afirma (Lucas 22.70 al 71; Juan 10.36, 11.4 y 19.7). Y es el mediador entre Dios Padre y los seres humanos (1 Timoteo 2.5). Es el unigénito Hijo de Dios (Juan 3.16 al 18), el Verbo que fue hecho carne, habitó entre nosotros y vimos su gloria como del unigénito del Padre (Juan 1.14). Fue profetizado (Génesis 49.10; Isaías 7.14) y cuando llegó el cumplimiento del tiempo, el Padre envió a su Hijo (Juan 8.42; Gálatas 4.4). Es el Mesías (Juan 4.25 al 26), reconocido como el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mateo 16.16). Hay una preexistencia y deidad del Hijo de Dios, por esta razón se cree en la preexistencia del Hijo de Dios (Juan 8.58). Fue creado por Dios el Padre y engendrado en la virgen María (Salmos 2.7; Hechos 13.33; Lucas 1.30 al 31; Hebreos 1.5 al 6 y 5.5). Este también es un ser con esencia divina en forma de Dios (Filipenses 2.5 al 6). El Padre constituyó al Hijo como heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo (Hebreos 1.1 al 2). Es el principio de la creación (Apocalipsis 3.14). Se hace alusión a él cuando Dios en el primer día hizo la luz (Génesis 1.3; 2 Corintios 4.6), ya que Juan lo relaciona con la luz (Juan 1.4 al 9, 3.19 al 21), y Jesús mismo se hace llamar la luz (Juan 8.12, 9.5, 12.35 y 46). Nótese en el primer capítulo de Génesis que la luz del sol, la luna y las estrellas fue creada hasta el día cuarto y no el primer día (Génesis 1.14 al 19).

 

         El Hijo estaba con el Padre cuando se afirmó todos los términos de la tierra (Proverbios 30.4): “Aquel era la luz verdadera, que alumbra á todo hombre que viene á este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fué hecho por él; y el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1.9 al 11 – RVR1909). En el principio el Hijo veía como bueno cada día de creación y el avance de la misma, especialmente el acabado de cada cosa creada (Génesis 1.4, 10, 12, 18, 21, 25 y 31). Jesús era la Palabra o  que acompañaba al Padre ordenándolo todo, el libro de Proverbios lo personifica en la sabiduría (Proverbios 8.22 al 30). Todas las cosas por él fueron hechas y sin él nada se hubiera hecho (Juan 1.3), porque en él fueron creadas todas las cosas, todo fue creado por medio de él y para él, es antes de todas las cosas de la creación, y todas las cosas en él subsisten (Colosenses 1.16 al 18), porque el Padre amó al Hijo desde antes de la fundación del mundo (Juan 17.24).

 

         El apóstol Pablo en el saludo de todas sus cartas menciona a Dios el Padre y al Señor Jesucristo por aparte, esto corrobora que de ninguna manera son el mismo (Romanos 1.1 al 7; 1 Corintios 1.1 al 9; 2 Corintios 1.1 al 3; Gálatas 1.1 al 5; Efesios 1.1 al 5; Filipenses 1.1 al 2; Colosenses 1.1 al 3; 1 Tesalonicenses 1.1 al 3; 2 Tesalonicenses 1.1 al 2, 12 y 2.16; 1 Timoteo 1.1 al 2; 2 Timoteo 1.1 al 2; Tito 1.1 al 4; Filemón 1.1 al 3). Tanto el Padre como el Hijo, cada uno tiene vida en sí mismo (Juan 5.26), sin embargo, así como se menciona el árbol de la vida en Génesis y en Apocalipsis, siempre hay dependencia en relación con la eternidad y existencia hacia el Padre, quien no tiene ni principio ni fin (Job 36.26; Salmos 90.2), a diferencia del Hijo quien fue el principio de la creación de Dios (Apocalipsis 3.14). El Padre es Espíritu (Juan 4.24), el espíritu no tiene carne ni huesos (Lucas 24.39). Jesús tanto en su preexistencia como en su vida sobre la tierra tuvo cuerpo, ya que existe cuerpo celestial y cuerpo terrenal (1 Corintios 15.39 al 40). Jesucristo vino a este mundo, tanto como persona y con aflicciones personales (1 Pedro 1.10 al 11), en carne humana (Juan 1.14; Hebreos 5.7; 1 Juan 4.2), y engendrado en la virgen María, de manera que María es madre de Dios Hijo y no del Padre. Jesucristo fue realmente enviado por el Padre (Juan 17.1 al 8), y cuando estuvo aquí en la tierra verdaderamente él hablaba y oraba con su Padre.

 

Otra diferencia es que el Padre no se arrepiente (Números 23.19; 1 Samuel 15.29), mientras que el Hijo se arrepiente de haber contribuido en la creación del ser humano (Génesis 6.1 al 8), debido a la maldad de los varones del pueblo de Dios que se mezclaron con las mujeres paganas de la tierra. También la Biblia habla de un Jehová que menciona el nombre de otro Jehová: “Y mostróme á Josué, el gran sacerdote, el cual estaba delante del ángel de Jehová; y Satán estaba á su mano derecha para serle adversario. Y dijo Jehová á Satán: Jehová te reprenda, oh Satán; Jehová, que ha escogido á Jerusalem, te reprenda…” (Zacarías 3.1 al 2 – RVR1909). Se menciona que Moisés habló cara a cara con Jehová (Éxodo 33.11; Números 12.5 al 8; Deuteronomio 34.10), pero a través de Jehová Hijo que era el mensajero y ángel de Jehová Padre (Hechos 7.30 y 35 al 38). Lo mismo sucedió con Abraham cuando le apareció Jehová Hijo con dos ángeles más, previo a la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra (Génesis 18.1 al 2, 16 al 33 y 19.1). En tiempo de Moisés los hombres vieron la gloria, la grandeza y aún oyeron la voz de en medio del fuego, y pudieron seguir vivos (Deuteronomio 5.24 al 27), sin embargo, ningún ser humano (1 Timoteo 6.16), ni el mismo Moisés podía ver el rostro de Jehová Padre:

“Y Jehová dijo á Moisés: También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre. El entonces dijo: Ruégote que me muestres tu gloria. Y respondióle: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro: porque no me vera hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí lugar junto á mí, y tú estarás sobre la peña: Y será que, cuando pasare mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado: Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro” (Éxodo 33.17 al 23 – RVR1909).

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