El ego humano involucra la personalidad, compuesto por el carácter y el temperamento, influenciados por los hábitos cotidianos, cuyo resultado se refleja en el comportamiento y la conducta. El temperamento es biológico y genético, por consiguiente se nace con el mismo de forma innata, por esta razón su estabilidad la hace prácticamente sin posibilidad de modificación, aunque al parecer tiene cierto grado controlable. La formación del ser humano surge de una memoria energética microscópica, con el contenido del genoma y los genes necesarios para definir los caracteres hereditarios de todo el organismo. El temperamento es la parte biológica y genética determinante para la forma de ser de la persona, pero tiene su particularidad de invariabilidad, ya que presenta la dificultad de variación mediante el aprendizaje y la educación, salvo el poder activo de la fe en Dios, para iluminar el conocimiento de la certeza, confianza y decisión al obedecer a Dios: “Empero sin fe es imposible agradar á Dios; porque es menester que el que á Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” (Hebreos 11.6 – RVR1909).
Este temperamento desde Adán y Eva es el portador del código energético de la duda e indecisión al obedecer a Dios, hasta que brota o emana la chispa de iluminación de fe entre el desconocimiento, la comprensión y el entendimiento. Es como un momento ¡eureka!, en relación con la obediencia a Dios, de manera que su activación es por medio del poder de Dios: “Para que vuestra fe no esté fundada en sabiduría de hombres, mas en poder de Dios” (1 Corintios 2.5 – RVR1909). Este poder de Dios despierta con claridad un conocimiento evidente y seguro, sin incertidumbre, porque el descubrimiento ¡eureka!, del conocimiento escondido, ignorado u oculto, viene a ser la inspiración de Dios para reconocer a Jesucristo en la obediencia a Dios:
“Felipe halló á Natanael, y dícele: Hemos hallado á aquel de quien escribió Moisés en la ley, y los profetas: á Jesús, el hijo de José, de Nazaret. Y díjole Natanael: ¿De Nazaret puede haber algo de bueno? Dícele Felipe: Ven y ve. Jesús vió venir á sí á Natanael, y dijo de él: He aquí un verdadero Israelita, en el cual no hay engaño. Dícele Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús, y díjole: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera te vi. Respondió Natanael, y díjole: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús y díjole: ¿Por qué te dije, te vi debajo de la higuera, crees? cosas mayores que éstas verás.” (Juan 1.45 al 50 – RVR1909).
El ego es el “yo” de una persona y puede ser afectado por la afectividad o capacidad de vivir las emociones y los sentimientos, además del coraje, o sea, la decisión valiente para enfrentar determinada situación, y de la susceptibilidad, que es la capacidad de recibir impresión o de sentirse ofendido. También el ego depende de la intención y motivación para actuar, según la interioridad de su pensamiento. El ego de cada persona es la autenticidad de su propia realidad, es un proceso de madurez hasta alcanzar buen juicio y sensatez, mientras tanto durante el proceso el ego es un espejismo, viene a ser el “yo soy el espejismo que soy”. El ego de cada persona es un espejismo porque depende del verdadero Oasis establecido por Dios Padre. Este Oasis proveedor del agua de vida es Jesucristo. En cierta ocasión Dios dice: “Y respondió Dios á Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás á los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado á vosotros” (Éxodo 3.14 – RVR1909).
Dios tiene existencia propia y por siempre, o sea, Dios existe por sí mismo, mientras que la existencia del ser humano depende de Dios. El ego humano se conoce a sí mismo en la medida que conoce a Jesucristo, a quién Dios Padre ha establecido para que el ser humano reciba vida eterna. Dios es el Ser Supremo y los seres humanos que logran la madurez del ego semejante al de Jesucristo, llegan a ser los súbditos, sujetos a la autoridad designada por Dios, para estar con la obligación y sometimiento de obedecer, de manera que se subordine el buen juicio y la sensatez de la obstinación del temperamento. Así se cumple la redención de Jesucristo sobre el género humano con su pasión, muerte y resurrección: “Díjoles pues, Jesús: Cuando levantareis al Hijo del hombre, entonces entenderéis que yo soy, y que nada hago de mí mismo; mas como el Padre me enseñó, esto hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre; porque yo, lo que á él agrada, hago siempre.” (Juan 8.28 al 29 – RVR1909).
El corazón duro o de piedra del ego humano, es el temperamento, pero se presenta un conflicto en cada persona entre el escepticismo y la empatía para dar forma a un equilibrio en la conciencia racional. Por ejemplo, todas las características mencionadas en lo biológico, bioquímico, fisiológico, genético y demás funciones relacionadas con lo corporal y el espíritu, son parte del ser humano actual, igual como en Adán y Eva hace alrededor de seis mil años. Eva para darse cuenta de su propia realidad, sufre de escepticismo, el conocimiento cierto, completo y verdadero es la obediencia a la voluntad de Dios, sin embargo, Eva se deja llevar por la duda e indecisión al obedecer a Dios. La reacción de Adán, aunque se inclina a la falta de fe, debido a su propio temperamento, actúa con empatía, en el sentido de la identificación con Eva. Hay una realidad imperante que es hacer la voluntad de Dios, pero tanto Adán como Eva siguen su realidad personal con el uso de su propio libre albedrío. El ego nadie se lo quita de encima, ni se puede esquivar o evadir.
La voz de la serpiente fue el cuestionamiento detonante. La curiosidad de Eva era un deseo de averiguar y saber con su facultad de analizar, observar, pensar y reflexionar. El temperamento es una especie de terquedad o testarudez, por este motivo la comparación con la dureza de corazón, donde se requiere el equilibrio de la empatía, para la capacidad de la persona de comprender las emociones y tener identificación con los demás, así como dice Pablo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11.1 – RVR1909). También está escrito: “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad los que así anduvieren como nos tenéis por ejemplo.” (Filipenses 3.17 – RVR1909).
La fe es certeza, confianza y seguridad, especialmente al obedecer a Dios, contrario a la duda e indecisión. Abel presenta una ofrenda a Dios, nótese como se menciona que Dios se agrada de Abel, a saber, de su actitud y personalidad: “… Y miró Jehová con agrado á Abel y á su ofrenda;” (Génesis 4.4 – RVR1909). La ofrenda de Abel el justo, representa la fe de certeza, confianza y seguridad al obedecer a Dios: “Por la fe Abel ofreció á Dios mayor sacrificio que Caín, por la cual alcanzó testimonio de que era justo,…” (Hebreos 11.4 – RVR1909). ¿Cómo se demuestra la estima y reconocimiento de Dios por la actitud y personalidad? Un pasaje bíblico dice: “Porque misericordia quise, y no sacrificio; y conocimiento de Dios más que holocaustos. Mas ellos, cual Adam, traspasaron el pacto: allí prevaricaron contra mí.” (Oseas 6.6 al 7 – RVR1909). Este conocimiento pertenece a Dios sin límite alguno, por esta razón Dios es el “YO SOY EL QUE SOY”, porque el conocimiento de Dios es completo, perfecto, pleno y total, mientras que el ser humano tiene un conocimiento muy limitado, incompleto e imperfecto, es nada sin el conocimiento, energía, memoria, protección y respaldo de Dios.
Los principios y valores como la fe, justicia y misericordia no tienen cabida en lo que llaman un mal temperamento, porque requiere un corazón contrito y humillado para cambiar ante Dios: “Porque no quieres tú sacrificio, que yo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.” (Salmos 51.16 al 17 – RVR1909). Así las actitudes y personalidad en general es indispensable para el agrado de Dios: “… porque Jehová mira no lo que el hombre mira; pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová mira el corazón.” (1 Samuel 16.7 – RVR1909). El ego humano es característico y propio del individuo, en el buen sentido de la palabra, es domable o indomable según cada caso particular. La sociedad moldea el individuo con sus preconceptos y prejuicios en contra de la fidelidad y obediencia a Dios. La tendencia del ser humano es promover una aparente fe, pero ciega, por beneficio y conveniencia personal, por ejemplo, las luchas de poder, ya sea económico, militar, político y territorial.
En el caso de la fe y la abundancia de creencias se incluye el poder religioso, por consiguiente sus luchas y rivalidades por cuestiones de confesiones de fe, sustentadas en sus propias creencias incuestionables: “Pero si tenéis envidia amarga y contención en vuestros corazones, no os gloriéis, ni seáis mentirosos contra la verdad: Que esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrena, animal, diabólica. Porque donde hay envidia y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa.” (Santiago 3.14 al 16 – RVR1909). Esto significa que aunque el ego humano es individual, se puede dar un ego colectivo de acuerdo con la cultura social. La sabiduría que desciende de lo alto es la sabiduría del Dios YO SOY, sin embargo, el ser humano se fascina por la egolatría del acumulamiento y adquisición de bienes y servicios, derroche, enriquecimiento, entretenimiento, exceso de placer y vicio, fama, lucro, lujo, lujuria, prestigio, reconocimiento, status social y vanidad, convertidos en ídolos culturales y sociales. Su valor práctico no está en Dios, tampoco su tesoro o valor más apreciado es Dios.
Mientras tanto, la sabiduría del Dios YO SOY, de ninguna manera es egoísta, sino es el compartir del amor y servicio demostrado y visible en Jesucristo: “Mas la sabiduría que es de lo alto, primeramente es pura, después pacífica, modesta, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, no juzgadora, no fingida. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen paz.” (Santiago 3.17 al 18 – RVR1909). Esto significa que el enfoque principal, el norte o dirección y guía, el rumbo del camino y conducta propuesta para seguir las acciones, la orientación primordial, es Jesucristo mismo, elegido y designado por Dios Padre. El ego colectivo de la cultura social, tiene su propia personalidad, sumida en las guerras sin sentido y luchas de poder, por cuestión de satisfacer sus deleites:
“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No son de vuestras concupiscencias, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y guerreáis, y no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.” (Santiago 4.1 al 3 – RVR1909).
La paz interior del ser humano depende completamente del ego y la personalidad, el egocentrismo es la disposición anímica o psíquica de priorizar sus propios intereses como centro, donde se direccionan todas las actividades personales. Pero resulta que es Dios Padre el creador de todo lo existente, quien determina en la persona de Jesucristo como el cristocentrismo, o sea, el centro de todas las actividades personales del ser humano. Lo que pasa es que el mundo vive su propia realidad, según su propio pensamiento y acciones, mientras que la realidad divina establecida por Dios Padre es muy diferente a la humana, quienes han establecido su propio camino contrario al de Dios. Es decir, la persona de Jesucristo es el modelo a seguir en su personalidad, por su carácter, temperamento y hábitos practicados en su cotidianidad, ejemplarizados en los evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Ahora bien, la personalidad es el carácter y temperamento, pero todo el conjunto del ego o ser yo, incluye, actitudes, ahínco, anhelos, aptitud adquirida o natural, arrepentimiento, aspiraciones, atributos, comportamientos, comprensión, comunión, conductas, conocimiento, conversión, consagración, creencias, cualidades, culto, deberes, deseos, dignidad, disciplina, emociones, entendimiento, esencia, hábitos, intenciones, madurez, motivaciones, obligaciones, potencialidad, preferencias, principios, propósitos, resarcimiento, responsabilidades, santificación, sentido, sentimientos, valores, vigor, virtud y voluntad. Por esta razón, el ego no está completo a cabalidad ni a plenitud, sino que es un proceso de toda la vida, hasta el último aliento o suspiro, para dar cuentas a Dios de todo este conjunto que nos caracteriza como ser.
El que ignora la integración de todo esto en el ser de Cristo, y vive sin conciencia integral de todo esto en su propia vida, en realidad no sabe para que existe, como dice la Biblia: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1.21 – RVR1909). Ganancia cuando el proceso de Cristo en el ego o ser de cada quien se completa según la referencia en Cristo: “Hasta que todos lleguemos á la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, á un varón perfecto, á la medida de la edad de la plenitud de Cristo:” (Efesios 4.13 – RVR1909). Dios Padre con la creación del ser humano es quien determina su constitución corporal, mental y espiritual, esto de ninguna manera es determinación eclesiástica o religiosa, sino es decisión y potestad de Dios al hacer la composición y forma del ser humano en la creación, así como el alfarero y el barro: “Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros lodo, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos, todos nosotros.” (Isaías 64.8 – RVR1909).
Por lo tanto, en relación con el ego humano frente al Dios YO SOY, es por medio de Jesucristo que el ego y la personalidad son transformados, inclusive la dureza del temperamento, para traer iluminación a la duda e indecisión al obedecer a Dios. Así como el ser humano en su formación pasa por el proceso de cigoto, embrión y feto, también puede trascender en un proceso de lo natural, espiritual a lo celestial. Dios Padre ha sido, es y será por siempre; su imagen es la eternidad y su semejanza es la santidad, aunque es invisible y nadie ha visto a Dios, su carácter es manifestado en la persona de Jesucristo su Hijo, para ejemplo y modelo de vida cotidiana en la relación de convivencia entre seres humanos. Jesucristo es la santidad de la presencia de Dios Padre, su historia y vida es épica, por lo extraordinario, pero única porque es el mismo Dios Hijo hecho humano y enviado directamente de Dios Padre. Jesucristo es histórico y digno de que todo ser humano, sin excepción, lo analice, estudie e investigue, para educación y aprendizaje de vida en toda civilización, cultura y nación. Los indicios bíblicos e históricos que conducen para averiguar su vida, son indispensables para seguir sus pasos.
Dios Padre no ha establecido la honra para ningún otro que no sea Jesucristo, porque nadie ha dejado huella y rastro como Jesucristo que nunca cometió injusticia ni pecado: “He aquí te he purificado, y no como á plata; hete escogido en horno de aflicción. Por mí, por amor de mí lo haré, para que no sea amancillado mi nombre, y mi honra no la daré á otro.” (Isaías 48.10 al 11 – RVR1909). Jesucristo vino a restaurar al ser humano a la imagen y semejanza de Dios, para que el ser humano sea un ser puro, santo, sin impurezas y sin iniquidad, con una conexión de comunión con la guía directa de Dios, porque es por la decisión, determinación y responsabilidad del Padre:
“Porque el Padre á nadie juzga, mas todo el juicio dió al Hijo; Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá á condenación, mas pasó de muerte á vida. De cierto, de cierto os digo: Vendrá hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y los que oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo que tuviese vida en sí mismo: Y también le dio poder de hacer juicio, en cuanto es el Hijo del hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; Y los que hicieron bien, saldrán á resurrección de vida; mas los que hicieron mal, á resurrección de condenación.” (Juan 5.22 al 29 – RVR1909).
Hacer el bien, no es simplemente cuestión de confesiones de fe, listas de creencias o dogmas, sino que hacer el bien implica integralmente todo el ego y personalidad, con el carácter y temperamento, acciones, actitudes, comportamiento, conducta, emociones, hábitos, intenciones, pensamiento, principios, sentimientos, virtudes y valores semejantes a los ejercidos y practicados por Jesucristo con su vida ejemplar.