34) La disciplina y obediencia a Dios.

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La personalidad de los Discípulos de Jesucristo.

         La medida de disciplina y obediencia a Dios en cada persona, es de acuerdo con su propia experiencia y vivencia de acontecimientos o sucesos aleccionadores. A la vez está relacionada con la magnanimidad alcanzada personalmente, o sea, la excelencia moral y elevada espiritualidad de una persona en Jesucristo, quien representa el conocimiento con sentido para el aprendizaje celestial. Hay situaciones que dejan un aprendizaje aleccionador, porque influyen una enseñanza e instrucción de cómo se tiene que actuar u obrar para el comportamiento y la conducta. El corazón y la mente son semejantes a un manual de disciplina personal, que sirve como diario o escrito por una persona sobre su propia vida: “Mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio juntamente sus conciencias, y acusándose y también excusándose sus pensamientos unos con otros; En el día que juzgará el Señor lo encubierto de los hombres, conforme á mi evangelio, por Jesucristo” (Romanos 2.15 al 16 – RVR1909). Es una especie de instructivo, normativo, procedimental y reglamentario del corazón y la mente, que es propio acerca de la manera o modo de hacer y ser en la obediencia y voluntad de Dios: “Nuestras letras sois vosotros, escritas en nuestros corazones, sabidas y leídas de todos los hombres; Siendo manifiesto que sois letra de Cristo administrada de nosotros, escrita no con tinta, mas con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Corintios 3.2 al 3 – RVR1909).

 

         La historia de la humanidad conserva las ideas generadas por diversos filósofos  y pensadores de múltiples épocas y naciones. Estos pensadores por lo general son muy fieles a la disciplina impuesta por sí mismos, como potencialidad del intelecto. Además del esfuerzo empleado en desarrollar, cultivar, esclarecer y dilucidar cada ideal propuesto. Aprovechan la facilidad o habilidad de creatividad, ingenio e innovación para argumentar e interpretar diferentes teorías, inclusive muchas de estas se vuelven ideologías aceptadas y aprobadas mundialmente, según cada postura de pensamiento. Estos idealismos, ya sea por disposición adquirida o natural, posibilitan conveniente y eficientemente ciertas definiciones de estudio, como principio del conocimiento y el ser, basados en la aptitud de la inteligencia para idealizar, presente en cada uno de los autores. Pero en relación con la diferencia de estos creadores de ideales, con la enseñanza y mensaje de Jesucristo, es que ninguno transmite directamente la palabra de Dios, solamente el propio Hijo de Dios tiene un verdadero pensamiento consciente de la fuente o procedencia del conocimiento, así de los principios, valores y virtudes: “Mas de él sois vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención: Para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Corintios 1.30 al 31 – RVR1909).

 

         Jesucristo personalmente testificó lo siguiente: “Porque yo no he hablado de mí mismo; mas el Padre que me envió, él me dió mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna: así que, lo que yo hablo, como el Padre me lo ha dicho, así hablo” (Juan 12.49 al 50 – RVR1909). Jesucristo declara y explica con toda seguridad del conocimiento de la verdad, especialmente al conocer personalmente la causa, fuente, motivo, origen, principio y procedencia de todo lo existente. Este conocimiento de Jesucristo le permite y posibilita ser la autoridad reconocida por Dios Padre, como el Maestro, Mensajero y Mentor para la humanidad. De esto depende llenar nuestra mente del amor y caridad de la disciplina al obedecer a Dios. Inclusive la posibilidad de mentalizar en la toma de consciencia en Jesucristo, su práctica y teoría fundamentada en la palabra enviada directamente de Dios Padre. Por ejemplo, en forma de analogía o comparación simbólica, la Biblia dice: “Y vi los muertos, grandes y pequeños, que estaban delante de Dios; y los libros fueron abiertos: y otro libro fué abierto, el cual es de la vida: y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar dió los muertos que estaban en él; y la muerte y el infierno dieron los muertos que estaban en ellos; y fué hecho juicio de cada uno según sus obras” (Apocalipsis 20.12 al 13 – RVR1909). El libro de cada persona es su propia memoria, mente, pensamientos y recuerdos, de la que dará cuentas a Dios según el resultado de su comportamiento y conducta, conforme a sus acciones, actos y hechos de su vida cotidiana.

 

         Una mente prodigiosa y sublime es aquella que se logra nivelar a la altura de Jesucristo: “Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿quién le instruyó? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2.16 – RVR1909). El grado de amor y caridad de cada persona varía según cada caso. ¿Cuánto ama cada individuo a Dios y cuál es su beneficio? Esto afecta la disciplina y obediencia a Dios individualmente, porque el amor y caridad es una acción de acercamiento a Dios, en la medida de su incremento así es mayor el conocimiento recíproco, o sea, en ambos sentidos: “Mas si alguno ama á Dios, el tal es conocido de él” (1 Corintios 8.3 – RVR1909). El verdadero amor y caridad se visualiza en Jesucristo, basta conocer sus acciones y hechos históricos, su ejemplo y modelo de vida: “Quien cuando le maldecían no retornaba maldición: cuando padecía, no amenazaba, sino remitía la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2.23 – RVR1909). La disciplina y obediencia que tenemos a Dios, está en función de la capacidad y grado de amor, caridad y paz personal: “Sino el hombre del corazón que está encubierto, en incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3.4 – RVR1909). Poseer una característica o cualidad en grado extraordinario es aquella comparable con la de Jesucristo, por ejemplo, la afabilidad tanto en lo que se expresa como en el trato a los demás, la calidad humana de la consecuencia o consistencia entre lo que se dice y se hace: “Mas sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos á vosotros mismos” (Santiago 1.22 – RVR1909).

 

         Todo esto tiene relación con la disciplina, que es educación, fuerza de voluntad, observancia, subordinación y sujeción en el comportamiento y conducta. En nuestro caso lo referente a la consagración y santidad de la obediencia a Dios: “Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad” (Juan 17.17 – RVR1909). Por lo tanto, es necesario que lo académico, intelectual y erudición en general, se combine con las experiencias vivenciales indisolubles del vivir en Cristo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó á sí mismo por mí” (Gálatas 2.20 – RVR1909). Abordar con emprendimiento de hambre y sed de conocimiento espiritual y celestial, requiere la iniciativa propia e inagotable de la persistencia autodidáctica y empírica: “Y ninguno eneseñará á su prójimo, Ni ninguno á su hermano, diciendo: Conoce al Señor: Porque todos me conocerán, Desde el menor de ellos hasta el mayor. Porque seré propicio á sus injusticias, Y de sus pecados y de sus iniquidades no me acordaré más” (Hebreos 8.11 al 12 – RVR1909). Esto significa que cada persona en lo individual y mediante Jesucristo, requiere una relación directa y personal con Dios Padre, acciones decididas y firmeza de carácter. La Biblia dice: “No seáis como vuestros padres, a los cuales dieron voces los primeros profetas, diciendo: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Volveos ahora de vuestros malos caminos, y de vuestras malas obras: y no atendieron, ni me escucharon, dice Jehová” (Zacarías 1.4 – RVR1909).

 

         Esta vinculación íntima con nuestro Señor, implica en cada uno disponer en su ser integral, el aspecto más favorable, optimista y positivo, en lo anímico, cotidiano, emocional, habitualidad, intelectual, sensibilidad y sentimental. En los principios, valores y virtudes de índole personal, pero congruentes con el bien común y comunitario, del amor, caridad, comprensión, esperanza, humildad, mansedumbre, respeto, solidaridad y temor a Dios, entre otros que dan origen a los principios, valores y virtudes comunitarias, para la armonía y convivencia en sociedad. ¿Qué relación tiene todo este análisis con la disciplina y obediencia a Dios? Precisamente la disciplina es el acatamiento con constancia y persistencia, de las disposiciones y órdenes de convivencia, bienestar, salud y salvación conforme a la autoridad de Dios. Por esta razón la obediencia a Dios tiene relación con las buenas costumbres, calidad y rigurosidad en el orden de vida espiritual y social, cortesía, educación, salubridad y sanidad. Si se estudia el libro de Génesis desde su inicio se encuentran los principios, valores y virtudes, originados directamente por Dios. El creador de las directrices, o sea, el conjunto de las instrucciones y normas generales para la convivencia, proceden de forma inmediata de Dios. Esto es lo que llamamos los principios, valores y virtudes del amor, compasión, fe, justicia, misericordia, pacificación, perdón, santidad y demás desarrollados en toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis o Revelación. Dios es el fundador de las pautas a seguir para el comportamiento y conducta, o sea, las reglas determinantes para las acciones humanas, por ejemplo, la transmisión oral y posteriormente escrita de las diez reglas generales o diez mandamientos, explicado en los temas acerca del origen de los valores comunitarios, la ley moral como ley comunitaria y Jesús modelo de los valores comunitarios.

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