Primeros Pasos para el Nuevo Creyente
Diez Primeros Pasos para el Nuevo Creyente.
El carcelero de la antigua cuidad griega de Filipos hizo una vez a dos de sus presos la pregunta más importante de toda su vida:
Qué debo hacer para ser salvo?
Los dos presos, cuyos nombres eran Pablo y Silas, sabían la respuesta:
“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31).
El carcelero de Filipos efectivamente creyó en Jesús; y fue salvo. Es probable que el carcelero volvió a preguntar a Pablo y a Silas: ¿Qué debo hacer ahora?. Y ellos deben habérselo dicho; porque en el lapso de pocas horas el carcelero había dado varios de los pasos importantes que el nuevo creyente debe dar.
Tal vez también has confiado en Jesucristo como tu Salvador, y tal vez te estás preguntando: “¿Qué debo hacer ahora?”
Si es así, esta página es para que tú la leas.
Al dar estos diez primeros pasos sencillos como nuevo creyente, tu nueva jornada al cielo adquirirá una nueva emoción y propósito.
1°Paso: Asegúrate que eres salvo
Hay solamente un requisito para la salvación: la fe en Jesucristo. Sencillamente cree en él. Esto es todo lo que necesitas.
No te salvas por pertenecer a cierta iglesia o denominación en particular; ¡ninguna iglesia salva! No eres salvo por tus buenas obras o porque éstas valen más que tus malas obras. ¡Las obras no salvan!
Eres salvo únicamente por la fe en el Salvador que es Jesucristo.
Saulo también batallaba con el problema de como agradar a Dios. Encuentra su historia en la Biblia.
Antes de llegar a creer en Jesús, Saulo había tratado ya, de hacer todas las cosas “religiosas” posibles para agradar a Dios. Se consideraba moralmente íntegro, aunque perseguía a los cristianos. El pensaba que había hecho suficientes “buenas” obras para agradar a Dios.
Pero un día, viajando por el camino de Jerusalén a la capital Siria de Damasco, oyó la voz de Jesucristo. De súbito Saulo se dio cuenta de que era un pecador, y por el poder de Dios fue gloriosamente salvado. Nunca más volvió a ser el mismo. Nació de nuevo. Nació de arriba. Nació del Espíritu. Posteriormente se le conoció como el apóstol Pablo.
Después de haber creído en Jesús, Pablo meditó sobre como puede ser salva una persona. Estudió las Escrituras, repasó su propia experiencia personal, y luego llegó a una conclusión: “El hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28).
El gran reformador Martín Lutero, siglos más tarde, llegó a la misma conclusión; igual que millones de otras personas.
Cuando Jesús estaba colgado en la cruz había un ladrón en otra cruz junto a la Suya. Este ladrón se volvió a Jesús y le dijo: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lucas 23:42). Nadie podría haber pronunciado esas palabras sin una fe real. Creyó. Jesús le respondió: “Hoy estarás conmigo en el paraíso.”
Este ladrón no tuvo la oportunidad de bautizarse. Tampoco tuvo tiempo para unirse a alguna iglesia, ni la posibilidad de hacer buenas obras. Estaba muriendo. Lo único que tuvo tiempo fue para confiar en Cristo.
Sin embargo Cristo le prometió: Hoy conocerás el gozo de la plena salvación.