El conocimiento y la legislación infinita
La biblia demuestra e identifica las diferencias de conocimiento entre natural, espiritual y celestial. En cada uno de los tipos de conocimiento hay una legislación infinita. Por ejemplo, en el caso del mundo espiritual, el cristianismo contiene una gran diversidad de pensamiento y reflexión promovida por las diferentes comunidades de fe, congregaciones, iglesias o religiones. El evangelista menciona lo siguiente acerca de solamente tratar el tema de Jesús: “Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir” (Juan 21.25 – RVR60).
A lo interno de cada conocimiento no hay un límite horizontal, en el sentido de que nunca se termina de formar conceptos y construcciones teóricas con su respectivo ejercicio o práctica. El conocimiento base es el natural, después de este conocimiento hay otro vertical, que escala y trasciende a lo espiritual. Algunas personas en el transcurso de su vida, desde su nacimiento hasta su muerte, deciden quedarse únicamente con lo natural, por ejemplo los ateos, mientras que otras personas añaden a su vida el interés y participación en lo espiritual, a través del mundo de las religiones, aunque la mayoría se quedan encasillados, con la aberración de la salvación y vida eterna por la legislación y méritos de su comunidad de fe, congregación, denominación, iglesia o religión cristiana, en lugar de mediante Jesucristo.
Por último, están las personas que al ser espirituales, superan su apego a lo carnal o natural, dejan de ser meramente terrenales, renuncian a sus dioses falsos como el amor al dinero y las luchas de poder, a su idolatría carnal como la avaricia y fornicación, a sus dioses falsos promovidos por el politeísmo cultural, político o social. Entonces opera y trascienden al conocimiento celestial, para actuar, conocer y ser como Jesucristo.
Así como existen estos tres tipos de conocimiento: natural, espiritual y celestial, existen tres tipos de libre albedrío que operan en cada tipo de conocimiento. El libre albedrío cumple una función, según el grado o plano dimensional de conocimiento de la condición o estado en donde se encuentra la persona.
Jesús de camino a Jerusalén enseña por las ciudades y aldeas, entonces alguien le pregunta si son pocos los que se salvan: “… Y él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán” (Lucas 13.22 al 24 – RVR60). Otras preguntas podrían ser: ¿por qué muchos procuran entrar y no podrán? y ¿tendrá alguna relación con el tema de predestinación por escogencia y elección por libre albedrío? Jesús dijo: “Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos” (Mateo 20.16, 22.14 – RVR60). La cantidad total de llamados son todos los creyentes y la parte menor que son los escogidos por gracia corresponde a los practicantes como Jesús, en otras palabras los que en realidad actúan y se comportan como Jesucristo.
Los primeros llamados fueron de Israel y el llamamiento postrero se trata del resto de población que no era de Israel, conocidos como gentiles. Hay un remanente escogido por gracia, los escogidos que han alcanzado: “… ha quedado un remanente escogido por gracia… ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos;… su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles…” (Romanos 11.5 al 12 – RVR60).
Otro pasaje menciona que si Israel fuera como la arena del mar, tan solo el remanente será salvo (Romanos 9.27 al 29). Entonces, ¿cuál es la relación entre la predestinación por escogencia y la elección por el libre albedrío? Existen tres tipos de libre albedrío: el natural, el espiritual y el de Jesús o celestial. Los muchos llamados están entre el libre albedrío espiritual y los pocos escogidos en el libre albedrío de Jesús o celestial. Para comprender la diferencia entre cada uno, es necesario saber inicialmente que en el libre albedrío natural, la persona procura con su propio esfuerzo conseguir su deseo: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre…” (Romanos 9.16 – RVR60). La Biblia dice: “… a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne…” (Gálatas 5.13 – RVR60).
El libre albedrío natural es la voluntad y facultad del ser humano para decidir y actuar por su propia determinación, sus propios logros y méritos. En el caso del natural algunos casos se confunden con el libertinaje. La utilidad de este libre albedrío, se ha degenerado a tal grado que cada quien actúa como le parece, sin la responsabilidad de las consecuencias de sus acciones o actos. Se incurre en el libertinaje del desenfreno en la conducta y el comportamiento, el irrespeto general a los mandamientos de Dios, que es la pérdida de aplicación, estima y vivencia al reconocimiento de la ley de Dios y su justicia.
El libre albedrío espiritual se presenta en la transición del paso de incrédulo a creyente, manifestado entre las dimensiones de conocimiento natural y espiritual. El saber de la mano del hacer requieren ser éticamente congruentes, según los principios y valores: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo… Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente…” (Romanos 7.18 al 25 – RVR60). El hombre interior es la mente y su correspondiente pensamiento, de donde se generan las actitudes, carácter, conducta, personalidad y temperamento en lo afectivo y emocional. La evolución e influencia de todo esto, depende de la madurez en el conocimiento y pensamiento adquirido, según sea el conocimiento natural, espiritual y celestial. Las personas pueden estancarse en un solo conocimiento o trascender de un conocimiento a otro, desde lo básico y lo elemental, hasta lo intermedio o superior. El tope es llegar a la medida de Jesucristo: “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4.13 – RVR60). El conocimiento es infinito, en una constante legislación, tanto en el mundo natural y espiritual. Por ejemplo, en el mundo natural la creación o modificación a las leyes civiles, el avance de la ciencia, industria y tecnología.
El tipo de libre albedrío espiritual es el que desplaza su propia voluntad natural, o sea, humana, y la sustituye al ascender con el conocimiento espiritual, de manera que al final no depende de sí mismo, sino de la voluntad de Dios: “… sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9.16 – RVR60). Lo que pasa es que muchos procuran trascender de la condición natural a la espiritual, pero no pueden desapegarse por completo de su libre albedrío natural: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5.16 al 17 – RVR60).
En el siguiente caso se compara el libre albedrío natural y el espiritual, Jesús dijo: “… El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6.60 al 63 – RVR60). Jesús les preguntó a los doce discípulos en el pasaje Juan 6.67 al 69, si se querían ir también, o sea, abandonar el discipulado por su propia decisión o voluntad. Mientras tanto, la palabra de Dios indica: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12.21 – RVR60). En el caso de Judas se dejó vencer por Satanás, en el sentido de maldad, pecado y los antivalores: “Jesús les respondió: ¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo? Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón; porque éste era el que le iba a entregar, y era uno de los doce” (Juan 6.70 al 71 – RVR60). Se menciona el término “escogido” en el sentido de ser selectos en consagración y santidad.
El ser humano como morada del Espíritu Santo
El ser humano deja de ser solamente natural cuando empieza a ser morada del Espíritu Santo de Dios: “el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14.17 – RVR60). Esto significa que el ser humano mientras conserve su vieja naturaleza sin introducirse o traslaparse con el conocimiento espiritual, entonces no puede recibir el Espíritu, por consiguiente tampoco puede entender aquello que se ha de discernir espiritualmente. Se reitera la siguiente cita bíblica: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2.14 – RVR60; Efesios 4.18).
La transición desde lo natural hacia lo espiritual requiere regeneración y renovación. La gracia es consecuencia del amor, bondad y misericordia de Dios en el nombre de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor y Salvador: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios…, y su amor… nos salvó,… por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3.4 al 6 – RVR60). Además: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dió vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2.4 al 5 – RVR60).
La gracia es el don de Dios que nos mueve para ejercer nuestro libre albedrío espiritual, consecuente del interés personal en accionar, conocer, obedecer y practicar las cuestiones espirituales y religiosas, para ser parte del conocimiento espiritual del reino de Dios. Jesucristo dijo a Nicodemo:
“Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es, No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3.5 al 8 – RVR60).
Todo ser humano corporalmente para la subsistencia requiere indispensablemente del oxígeno, porque precisamente se compone del cuerpo y de la respiración del aire que es el espíritu de vida o soplo de vida: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2.7 – RVR60). La Escritura dice: “... Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente... Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal...” (1 Corintios 15.45 al 46 – RVR60). El alma viviente es sinónimo de vida corporal, sin embargo, el pasaje bíblico de uno de los párrafos anteriores menciona que estábamos muertos en pecado, o sea, muertos en vida.
Este mismo aire de vida es el espíritu de vida que la persona exhala cuando muere, ya que expulsa su último aire de los pulmones y estómago: “y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12.7 – RVR60). Esta condición es del ser humano y de todo animal viviente: “Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había espíritu de vida” (Génesis 7.15 – RVR60); También se dice: “Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra, murió” (Génesis 7.21 al 22 – RVR60). Ahora bien, si también los animales son almas vivientes, la diferencia entre el ser humano natural y el espiritual es la posibilidad de que el espiritual pueda llegar a ser templo del Espíritu Santo de Dios: “Mas él hablaba del templo de su cuerpo” (Juan 2.21 – RVR60). Además dice la Biblia: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros” (1 Corintios 316 – RVR60).
El libro de Job menciona el alma en alusión a la vida: “Que todo el tiempo que mi alma esté en mi, y haya hálito de Dios en mis narices” (Job 27.3 – RVR60). Además: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33.4 – RVR60). En el libro de Isaías se dice: “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz...” (Isaías 2.22 – RVR60). Este espíritu de vida, respiración o aliento de vida, permite al ser humano vivir y desarrollar su conocimiento natural. Pero hay otro conocimiento que es producto únicamente del Espíritu Santo de Dios: “Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20.21 al 22 – RVR60). La palabra de Dios dice lo siguiente de Jesucristo: “Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24.45 – RVR60).
El ser humano a nivel natural en su composición corporal y combinación con la respiración del oxígeno, por medio del aire, se suma su capacidad mental de razonamiento para vivir organizadamente en sociedad y evitar todo lo posible la anarquía civil. Así es como se legisla el conocimiento natural. En relación con la tierra dada a los hijos de los hombres, cuando alguien comete un acto corrupto e ilícito, se esconde u oculta, porque se considera digno de castigo por tal acción, reconoce y distingue el mal cometido:
“Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Romanos 2.14 al 16 – RVR60).
Tipos de libre albedrío
El escalamiento y trascendencia en el conocimiento es influenciado por el libre albedrío que comúnmente se generaliza, pero existen varios tipos demostrados en la Biblia. Así como hay diferencia en el conocimiento.
Un ejemplo de libre albedrío natural es la elección y ejercicio de una ocupación, oficio o carrera profesional, también un ejemplo de libre albedrío espiritual es la elección, participación activa o pasiva y pertenencia a una congregación, denominación, iglesia o religión (fraccionamiento cristiano). En la Biblia hay varios precedentes de esta situación: “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1 Corintios 1.12 – RVR60).
Este caso corresponde a un libre albedrío espiritual apegado a lo natural: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales,… porque aún sois carnales, pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?” (1 Corintios 3.1 al 4 – RVR60).
Hay otros precedentes, tal es el caso, registrado en Hechos de los apóstoles, de Simón, un practicante de las artes mágicas, quien oye el mensaje de salvación y se motiva a seguir a quienes predican la palabra de Dios, pero se queda solamente con el llamamiento, porque baja en inmersión a las aguas en la representación o símbolo del bautismo, pero sin estar verdaderamente arrepentido y convertido. Prueba de esta afirmación es la declaración de Pedro acerca del corazón de Simón sin santificación: caracteriza su corazón como no recto delante de Dios y en hiel de amargura y prisión de maldad (Hechos 8.12 al 23). También algunas personas a falta de los frutos del Espíritu Santo, se desviaron de la verdad, ya sea con profanas y vanas palabras, que de ninguna manera aprovechan, sino que perjudican a los oyentes, trastornando la fe de algunos. Por ejemplo, la Escritura menciona a Himeneo y Fileto, quienes decían y promovían acerca de la resurrección, que ya se había efectuado (2 Timoteo 2.14 al 18).
Jesús advierte acerca del conocimiento celestial frente al conocimiento espiritual: “El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16.15 al 17 – RVR60). Mientras tanto se presentan comentarios, interpretaciones, opiniones y rumores, similar a doctrinas y dogmas promovidos por la diversidad de creencias:
“Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros; que algún profeta de los antiguos ha resucitado. El les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios” (Lucas 9.18 al 20 – RVR60).
El hacer valer una postura en defensa de cualquier enseñanza, sea a favor o en contra, algunos pretenden contender para no obedecer a la verdad (Romanos 2.8), inclusive con más razón quienes se oponen y predican a Cristo por contención (Filipenses 1.15 al 16). El siervo del Señor es necesario en forma respetuosa, contender ardientemente por la fe, en el sentido de preservar la sana doctrina, ya que se advierte de aquellos que quieren convertir en libertinaje la gracia de Dios (Judas 3 al 4). Pero esta sana doctrina atañe más a las cuestiones de comportamiento y conducta, según el ejemplo y modelo de Jesucristo, como ser sobrio, serio, prudente, sano en la fe, en el amor y en la paciencia (Tito 2.1 y 2). La sana doctrina es Jesucristo mismo.
El dogmatismo es una definición de conceptos, por interpretación y opinión, tanto colectiva o individual, de quienes realizan el análisis de la doctrina. En relación con los dogmas eclesiásticos, son necesarios en la medida del fortalecimiento de la abstinencia y lucha contra el pecado, el amor, fe, hacer el bien a los demás, la misericordia de Dios, de la práctica de valores comunitarios y vivencia del reino de Dios. Hacer la justicia, obedecer el Decálogo, la ley de Cristo, saber y hacer lo bueno. Los votos de austeridad o pobreza, consagración y castidad como virtud opuesta al apetito carnal y pecaminoso, el dominio propio, santidad y vida ejemplar. La lucha contra el adulterio y la fornicación. Este fundamento o principios son prácticos en la cotidianidad, mientras otro tipo de dogma puede ser poco útil para la convivencia diaria, por ejemplo, las cuestiones escatológicas, fantasiosas e interpretaciones apocalípticas sin provecho para la vida diaria. Salvo lo inminente del calentamiento global y cambio de clima, con sus consecuencias mundiales en las pandemias globales, como el COVID-19 o SARS-CoV-2, que anuncian los tiempos del fin y anteceden al pronto cumplimiento de la segunda venida de Jesucristo.
Hay dogmas que son comunes entre el fraccionamiento cristiano, otros dogmas son muy diferentes, inclusive contradictorios. La complejidad está en la asociación de un cristiano a determinada iglesia y su adhesión a los dogmas particulares de la misma. Pedro dice de Pablo: “… según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3.15 al 16 – RVR60).
Según la Escritura no se ha dado a conocer el poder de Dios y la venida del Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas (1 Pedro 1.16 y 19). Los lectores de la Biblia interpretan cada texto con las diferentes opiniones, prueba de esto es la multitud de fraccionamiento dentro del cristianismo, sin embargo, la preeminencia la tiene Jesucristo: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3.11 – RVR60). Además dice la Biblia: “mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1.24 – RVR60).
La salvación por medio de Jesucristo, de acuerdo con el buen sentido de la palabra, es el paradigma dentro del cristianismo. Es un ejemplo y modelo de la consecución de las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña. La desviación del paradigma se presenta mediante el fanatismo de lo absoluto, cuando se considera la salvación por la defensa de la interpretación, opinión de reglas eclesiásticas y dogmáticas, como única verdad y absoluta. Esto es la salvación por el producto de la división y fraccionamiento del cristianismo, diversos credos, ideologías, fundamentalismos extremos y radicales.
En realidad esta última posición es defender una falacia y utopía contraria a Cristo, por consiguiente, es una antítesis de la verdad cristiana, porque fomenta la enemistad, guerra, luchas de poder, miedo, odio, persecución, rencor, rivalidad y terror religioso, en detrimento del verdadero amor puro y justicia de Dios, mediante Jesucristo:
“… Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3.13 al 18 – RVR60).
Tener la conciencia y mente de Cristo
Lo celestial influye en la personalidad, del carácter y el temperamento, mejora las actitudes mentales y pensamiento en general, mediante principios, valores y virtudes, con el resultado de una mejor reacción en nuestras acciones o actos, conducta y comportamiento. Hay un cambio para bien en las cualidades, emociones y sentimientos. También en las habilidades, sensibilidad y voluntad, porque se toma en cuenta a Dios para la cotidianidad o diario vivir. Jesús dijo: “... Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos…, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón...” (Mateo 11.25 y 29 – RVR60).
Hay un tipo de conocimiento que con palabras no se puede explicar, sino con las acciones y ejemplo de vida, el testimonio como prueba y justificación de la verdad, es una forma de entendimiento e inteligencia celestial (del cielo o paraíso), es poder de Dios:
“Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es... De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” (San Juan 3.5 al 12 – RVR60).
Lo nacido de la carne, carne es, en el sentido de que es naturaleza, mientras lo nacido del Espíritu es espiritual, es poder de Dios, así hay sabiduría humana y sabiduría de Dios:
“para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” (1 Corintios 2.5 al 7 – RVR60).
Las personas siempre han buscado adorar algo o a alguien, lamentablemente muy pocos lo han hecho con el conocimiento del verdadero Dios (Hechos 17.22 al 23), otros en cambio habiendo conocido a Dios, no le glorificaron debidamente como a Dios Padre, sino que han honrado y dado culto a las criaturas antes que al Creador, a pesar de toda su creación y de todas las maravillas de Dios, han preferido adorar cualquier otra cosa (Romanos 1.21 al 25). Jesucristo dijo a la samaritana que ellos adoraban lo desconocido (Juan 4.22): “… Si conocieras el don de Dios…” (Juan 4.10 – RVR60). Esta es una situación muy generalizada en la actualidad, ya que la condición de la mayoría, quizás busca llenar un vacío sin importar lo que adora. Pablo entre todos los altares encontró en Atenas un altar al Dios no conocido (Hechos 17.23).
Este conocimiento de Jesucristo y su servicio, ayuda a trascender del conocimiento natural al espiritual. Inclusive la persona que se estanca apegado solo en lo natural, de ninguna manera puede percibir lo espiritual, porque para él es locura: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2.14 – RVR60; Efesios 4.18).
También dice Santiago en un pasaje de su epístola:
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3.13 al 18 – RVR60).
La Biblia dice: “Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres” (Salmos 115.16 – RVR60). Jesucristo trae consigo el conocimiento de Dios: tanto espiritual como celestial: “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos… Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida…” (Juan 3.31 al 36 – RVR60).
El conocimiento natural es aquel donde el ser humano tiene noción de su propia existencia (Salmos 16.7; Juan 1.9). El ser humano es innato desde su creación, en cuestionar, dudar e investigar. Su capacidad natural le posibilita analizar, pensar y reflexionar, para tomar sus propias decisiones, en algunos casos llamado libre albedrío o libertad de elección, aunque en muchos de estos casos se combina con el libertinaje, debido al abuso de exceder el límite en la libertad de elección. A partir de Jesús el libre albedrío se condiciona en el libre albedrío de Jesús, o sea, tener la mente de Jesucristo en la toma de decisiones, para que sean conforme a la voluntad de Dios.
El espíritu o intención del ser humano natural, determina su propia voluntad hacia un fin o meta, ya sea solo terrenal o incursionar en términos espirituales, para alcanzar lo celestial. La Biblia dice:
“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2.12 al 16 – RVR60).
El espiritual cumple con su obligación como parte de sus deberes que atañen a la vida litúrgica y religiosa, con la espiritualidad correspondiente, es solamente parte de su compromiso y responsabilidad mínima: “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17.10 – RVR60). Mientras que el celestial trasciende a un conocimiento elevado y superior, proveniente directamente del Padre mediante su Hijo Jesucristo, sin alteraciones, interferencias o perturbaciones humanas.
El conocimiento celestial es un tipo de conciencia e inteligencia que trasciende de lo espiritual a lo celestial. Se presenta un nuevo pensamiento consiente del plan y propósito del reino de los cielos: “… buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3.1 al 2 – RVR60). Este conocimiento celestial se basa en la adhesión y predestinación a ser como Jesucristo. Figurativamente es un gobierno del tercer cielo, porque es tener la conciencia y mente de Cristo. Se reitera: “… Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2.16 – RVR60).
La conciencia celestial
Hay muchos pasajes en los cuales se demuestra que el ser humano se caracteriza como un ser pensante (Deuteronomio 30.19; Eclesiastés 7.29, 11.9; Isaías 1.19 al 20; Marcos 16.16; 1 Corintios 10.12; 1 Timoteo 2.4), puede experimentar tres tipos de realidades de conciencia. Existen tres grados o niveles en el plano dimensional de conocimiento: el natural, el espiritual y el celestial. Obsérvese el plano dimensional de conocimiento de forma alegórica, con una forma de cielo, gobierno, mundo o reino. Las Sagradas Escrituras mencionan: “Alabadle, cielos de los cielos…” (Salmos 148.4 – RVR60), el apóstol Pablo menciona las visiones y revelaciones del Señor, junto con el tercer cielo: “Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo,… fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre… que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12.1 al 4 – RVR60).
La búsqueda de Dios es el propósito de la existencia humana: la transformación y transcendencia de lo natural a lo espiritual, hasta llegar a la conciencia celestial. Sin este conocimiento se estanca el objeto y propósito final de la vida, como está escrito:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1.1 al 4 – RVR60).
Para comprender acerca de los tres tipos de conocimiento, se compara con la analogía de la resurrección: “Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales” (1 Corintios 15.46 al 48 – RVR60). Alegóricamente es igual en el conocimiento, se nace natural, o sea, terrenal, luego, según la medida de la fe, se posibilita escalar al conocimiento espiritual, con la finalidad de consolidarse a otro nivel del conocimiento celestial, al adherirse y revestirse de Cristo en su semejanza de vida.
El conocimiento celestial transciende de la misericordia a la máxima plenitud de la voluntad de Dios. Por lo tanto, la diferencia entre conocimiento natural y celestial, se distingue más claramente en la historia de la humanidad, a partir del ejemplo de vida de Jesucristo. Se registran sucesos de genocidios por guerras y masacres, llevados a cabo en el nombre del Señor Jesús, con la finalidad de imponer, extender geográficamente y hacer proselitismo de la religión. Por ejemplo, en el tiempo de la conquista de los europeos frente a los nativos de América, pero esta situación nunca representa el creer en su nombre, el asesinato, división, intolerancia, irrupción, muerte, odio, persecución, repudio, rivalidad religiosa y violencia, es contraproducente a la enseñanza de Jesús como ejemplo, modelo de vida cotidiana en amor, valores comunitarios y universales.
La verdadera trascendencia al paraíso, es trascender a la práctica del amor y justicia de Dios. Prevalece el respeto inalienable a la vida humana, la convivencia de reino de Dios entre nosotros, los derechos humanos de vida irrenunciables, irrevocables e intransferibles, la misericordia, paz y santidad. Predomina lo celestial, ante lo animal, carnal, diabólico, malo, pecaminoso y terrenal: “… cuyo dios es el vientre,… que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos…” (Filipenses 3.18 al 21 – RVR60). También la Biblia dice: “porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” (Santiago 3.15 – RVR60).
En Dios se vive el verdadero amor (Romanos 5.8.), de su procedencia (1 Juan 4.7), y le amamos porque él nos amó primero (1 Juan 4.19). El amor a Dios es guardar sus mandamientos (1 Juan 5.3): “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4.8 – RVR60). En el caso de la ausencia en la comprensión del mensaje de Jesús, la vida humana queda sin trascendencia ante Dios (Colosenses 3.1 al 4), solamente terrenal y superficial: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso…” (1 Juan 4.20 – RVR60). Jesús dijo: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15.12 y 17 – RVR60).
La Biblia también dice: “Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Proverbios 6.16 al 19 – RVR60). Han muerto millones de inocentes, por causa de la apoteosis de quienes se han endiosado: altivos, arrogantes, engreídos, fatuos, soberbios, manifestado en los casos de las cruzadas, expansionismo imperial, guerras religiosas, conflictos étnicos ancestrales. Desde el principio de los tiempos se utiliza a Dios o la religión como pretexto para la violencia. También la dominación e invasión territorial para la explotación de los pueblos: “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; ciertamente no quedará impune” (Proverbios 16.5 – RVR60). Por otra parte, se dice que en el 2019 la persecución a los cristianos se agravó a niveles de genocidio, previo a la llegada de la pandemia del COVID-19 o SARS CoV-2.
El ejercicio de la iglesia como un reino eclesiástico, fundado por Jesús, donde Pedro mismo estuvo entre los fundadores con los demás apóstoles, no consiste en un reino económico, financiero, físico, literal, lucrativo, material, militar, político, semejante a las monarquías o repúblicas:
“Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?... Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Juan 18.33 al 38 – RVR60).
El mundo natural sin una conversión
Las tres dimensiones de conocimiento: natural, espiritual y celestial, determinan y vinculan la trascendencia del ser humano en su dispensación por la gracia de Dios Padre. Jesucristo manifiesta lo siguiente:
“Entonces les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga. Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados” (Marcos 4.9 al 12 – RVR60).
Esto significa que el mundo natural sin una conversión no tiene aspiración al perdón de pecados. Porque Jesús explica según la parábola del sembrador, acerca de la semilla en buena tierra, que es equivalente a las personas con corazón bueno y recto al retener la palabra oída, y dar fruto con perseverancia (Lucas 8.15). Por otra parte, el que persevere hasta el fin será salvo, según la declaración misma de Jesús y la predicación del evangelio acerca del reino (Mateo 24.13 al 14 – RVR60).
La dispensa está relacionada con el apoyo, paz, protección, respaldo y seguridad recibida directamente de Dios, mediante su don gratuito que concede u otorga, para absolver, perdonar y redimir de la culpa. Es determinante y vinculante, porque según el grado de conocimiento, así es la capacidad de toda persona aceptar, asimilar y reconocer la responsabilidad de sus acciones realizadas libremente. A continuación estos ejemplos:
El conocimiento celestial, caso de Pablo:
“Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento...” (Hechos 26.19 al 20 – RVR60).
El conocimiento natural, caso de Festo:
“Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles. Diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco. Mas él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura” (Hechos 26.23 al 25 – RVR60).
El conocimiento espiritual, caso de Agripa:
“Pues el rey sabe estas cosas, delante de quien también hablo con toda confianza. Porque no pienso que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en algún rincón. ¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees. Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano” (Hechos 26.26 al 28 – RVR60).
Así como en la parábola del sembrador, algunos se quedan en un círculo vicioso, o sea, en la explicación de un discurso sin poder aclarar, como patinar las ruedas del vehículo en un suelo resbaladizo, inmersos en el mundo espiritual y religioso sin trascender al conocimiento celestial de Jesucristo. Es comparado con un espejismo que desvirtúa la posibilidad de reconocer el verdadero oasis. El desierto es la vida donde el mundo es un espejismo de dinero, fama, placer, poder y riqueza, Jesucristo es el verdadero oasis de salvación y vida eterna en consagración, devoción, gratitud, santidad y voluntad de Dios. El espejismo es el camino ancho, el oasis es el camino angosto de la disciplina, razonamiento espiritual y práctico: “El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento. El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría…” (Proverbios 15.32 al 33 – RVR60).
La decisión de Jesús en este sentido fue abrigar todo el esfuerzo y valor suficiente para perseverar hasta el fin, en el propósito por el cual viene a este mundo por voluntad de su Padre. Jesucristo verdaderamente comprende el motivo de su vida y el plan de Dios para con él y con aquellos en torno a su persona. No se sale del objetivo principal de su venida, respecto a la obediencia y servicio a su Padre que observa desde las alturas en los cielos, ni se deja deslumbrar o influenciar con la distracción de cortinas de humo o por el ruido ensordecedor del mundo. Acata firmemente la misión encomendada, influye su conocimiento en la ignorancia predominante de su época, para beneficio de las generaciones posteriores hasta el día de hoy.
La Biblia dice:
“… ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas? El que camina en justicia y habla lo recto; el que aborrece la ganancia de violencias, el que sacude sus manos para no recibir cohecho, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias; el que cierra sus ojos para no ver cosa mala; éste habitará en las alturas; fortaleza de rocas será su lugar de refugio; se le dará su pan, y sus aguas serán seguras” (Isaías 33.14 al 16 – RVR60).
Jesús afirma lo siguiente:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muerto y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23.27 al 28 – RVR60).
Lo externo es la persona y lo interno es la mente. Este enclaustramiento de fe ciega, es un aislamiento al mensaje de Dios, real y efectivo. La convicción, adherida fuertemente al cimiento de la razón, es la base de la equidad, justicia, rectitud y sinceridad. La autenticidad acompañada del sentido común a la hora de juzgar, produce un testimonio razonable y con acierto: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos” (Hebreos 11.1 al 2 – RVR60).