19) El arrepentimiento, conversión y resarcimiento.

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La personalidad de los Discípulos de Jesucristo.

         El arrepentimiento, conversión y resarcimiento son condiciones de un mismo proceso, a la vez son requisitos indispensables entre sí para posibilitar la función de armonía, equilibrio y sensatez en la relación de obediencia a Dios. Por ejemplo, sin arrepentimiento no hay conversión y sin conversión no existe el arrepentimiento. El resarcimiento es el resultado de la combinación de arrepentimiento y conversión. Jesucristo dijo: “No, os digo; antes si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13.3 y 5 – RVR1909). El primer paso del arrepentimiento es enfrentar la duda e indecisión al obedecer a Dios, duda e indecisión de la que somos portadores. La escusa o pretexto de que cada quien toma su decisión personal o propia cuando quiera, pretende justificar y posponer una decisión para otra ocasión. Algunos alegan arrepentirse en la vejez o en el momento antes de morir.  Estos argumentos son engañosos para evadir el compromiso y responsabilidad ante la obediencia a Dios. Otra disculpa injustificada es decir y hacer valer las creencias propias o religiosas, como absolutas, suficientes y únicas, sin importar si son contrarias a Jesucristo, solamente basadas en respetar y que le respeten sus creencias personales. Jesús dijo: “Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adulterina y pecadora, el Hijo del hombre se avergonzará también de él, cuando vendrá en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8.38 – RVR1909).

 

         En todo momento la voluntad de Dios es buena, justa y santa, la cual de ninguna manera podemos rechazar y continuar impunes. La Biblia dice: “No os engañeis: Dios no puede ser burlado: que todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; que á su tiempo segaremos, si no hubiéremos desmayado” (Gálatas 6.7 al 9 – RVR1909). La contrición es el arrepentimiento de la persona por ser quien es y por ofender a Dios: “… fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios,... Porque el dolor que es según Dios, obra arrepentimiento saludable…” (2 Corintios 7.9 al 10 – RVR1909). El arrepentimiento es un sentimiento de dolor anímico, la persona lucha contra su propia resistencia temperamental, hasta lograr las acciones correctivas, para consecuentemente enmendar el daño a través del resarcimiento. ¿De qué se requiere el arrepentimiento del ser humano por ser quien es? Con las acciones, comportamiento y conducta se promueve el irrespeto y odio a Dios. Además del fundamento de doctrinas y sistemas contrarios a la voluntad de Dios. Las culturas, economías, ideologías, políticas, sociedades y universidades que niegan la autoridad y reconocimiento a Jesucristo.

 

         El ser humano discrimina, excluye y margina la voluntad de Dios, se encuentra enfocado en el conocimiento natural, cuando cambia o muta al conocimiento espiritual, se queda enfrascado en una mezcla entre lo natural y espiritual, con toda la atención e interés, sin poder trascender finalmente a lo celestial. La Biblia dice: “Pero si tenéis envidia amarga y contención en vuestros corazones, no os gloriés, ni seáis mentirosos contra la verdad: Que esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrena, animal, diabólica. Porque donde hay envidia y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Santiago 3.14 al 16 – RVR1909). El arrepentimiento, conversión y resarcimiento para cumplir a plenitud su efecto, además de su transición del conocimiento natural al espiritual, se ayuda con trascender al conocimiento celestial, mediante Jesucristo, representado con el árbol de la vida en el Edén.

 

         El Edén muestra tres tipos de conocimiento, figurativo o simbólico representado en los árboles, a saber: los árboles del huerto, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal: “Y había Jehová Dios plantado un huerto en Edén al oriente, y puso allí al hombre que había formado. Y había Jehová Dios hecho nacer de la tierra todo árbol delicioso á la vista, y bueno para comer: también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de ciencia del bien y del mal” (Génesis 2.8 al 9 – RVR1909). En el principio del Edén el conocimiento natural se manifiesta cuando Dios dice: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y le puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto comerás;” (Génesis 2.15 al 16 – RVR1909). El conocimiento espiritual en el Edén se muestra de la siguiente manera: “Mas del árbol de ciencia del bien y del mal no comerás de él; porque el día que de él comieres, morirás. Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; haréle ayuda idónea para él” (Génesis 2.17 al 18 – RVR1909). El conocimiento celestial en el Edén se menciona así: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de Nos sabiendo el bien y el mal: ahora, pues, porque no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre: Y sacólo Jehová del huerto de Edén, para que labrase la tierra de que fué tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía á todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Génesis 3.22 al 24 – RVR1909).

 

         La segunda venida de Jesucristo completa el juicio inicial, una vez completado el juicio inicial se presenta seguidamente el juicio final. En todo este proceso el juicio empieza desde el acontecimiento del ángel caído, por cierto, un ser celestial, que arrastra según se dice la tercera parte de seres angelicales. Luego se replica la misma situación con el caso de Adán y Eva con el resto de seres humanos, debido a la influencia en el Edén por parte del ángel caído. El motivo de la existencia de la humanidad, es ofrecer una posibilidad a los ángeles indecisos de venir a encarnar como seres terrenales, para tomar una decisión en fidelidad o lealtad al Creador, o de rebeldía tras el ángel caído. Los seres humanos tienen un orden, donde primeramente se manifiesta lo natural, para pasar seguidamente por lo espiritual y finalmente llegar nuevamente a lo celestial, así retornar o volver a ser como eran al principio de todos los tiempos en el séquito celestial:  

“Así también está escrito: Fué hecho el primer hombre Adam en ánima viviente; el postrer Adam en espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre, es de la tierra, terreno: el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terreno, tales también los terrenos; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y como trajimos la imagen del terreno, traeremos también la imagen del celestial. Esto empero digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios; ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Corintios 15.45 al 50 – RVR1909).

 

         Por medio de Adán y Eva se transfiere y transmite el gen del envejecimiento y muerte. Esta muerte es como un dormir sin sueños y su período dura entre un cerrar y un abrir de ojos: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Mas cada uno en su orden: Cristo las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (1 Corintios 15.20 al 23). Jesucristo es el único en resucitar y ascender a los cielos con cuerpo trasformado. Jesús dice que los resucitados serán como ángeles:

“Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Los hijos de este siglo se casan, y son dados en casamiento: Mas los que fueren tenidos por dignos de aquel siglo y de la resurrección de los muertos, ni se casan, ni son dados en casamiento: Porque no pueden ya más morir: porque son iguales á los ángeles, y son hijos de Dios, cuando son hijos de la resurrección. Y que los muertos hayan de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abraham, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, mas de vivos: porque todos viven á él” (Lucas 20.34 al 38 – RVR1909).

 

         Toda la historia de la existencia y la humanidad está presente en la memoria de Dios, quien se representa como el Libro Supremo, y también la memoria de cada persona es un libro, con el registro de los recuerdos privados y públicos: “Y vi los muertos, grandes y pequeños, que estaban delante de Dios; y los libros fueron abiertos: y otro libro fué abierto, el cual es de la vida: y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apocalipsis 20.12 – RVR1909). La característica o cualidad descriptiva de los muertos grandes y pequeños, significa que después de que se complete el juicio inicial, entonces se procede al juicio final, donde los seres humanos resucitan con el mismo cuerpo que tenían cuando murieron. Estas personas de ninguna manera tendrán parte en la vida eterna, porque resucitan con el mismo cuerpo corruptible, para el juicio final y para la condenación de sufrir la segunda muerte para siempre: “Esto empero digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios; ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Corintios 15.50 – RVR1909). El grado de dolor y castigo en el lago de fuego y azufre, al consumir su existencia, será en relación con el grado de contaminación, corrupción, maldad, pecado y vicio, que tanto corporal, como mental, tenía la persona en el momento de morir. Su castigo final es el dolor consciente de la exclusión de las promesas de salvación y vida eterna: “Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando viereis á Abraham, y á Isaac, y á Jacob, y á todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros excluídos” (Lucas 13.28 – RVR1909). El dolor llega al máximo cuando la persona en el juicio final observe a sus seres apreciados y parientes cercanos en su misma condición de castigo y condena.

 

         Tanto en la primera resurrección para vida eterna, como en la segunda resurrección de los que son condenados, cada quien se enterará de cómo fue conocido en vida ante Dios: “Ahora vemos por espejo, en obscuridad; mas entonces veremos cara á cara: ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido” (1 Corintios 13.12 – RVR1909). La resurrección con cuerpo trasformado semejante a los seres angelicales, es solamente para quienes tienen parte en la primera resurrección de salvación y vida eterna: “Mas cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que es en parte será quitado” (1 Corintios 13.10 – RVR1909), que corresponde a la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo: “Mas los otros muertos no tornaron á vivir hasta que sean cumplidos mil años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad en éstos; antes serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Apocalipsis 20.5 al 6 – RVR1909). Esto de mil años significa que es en el tiempo de Dios: “Mas los cielos que son ahora, y la tierra, son conservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio, y de la perdición de los hombres impíos. Mas, oh amados, no ignoréis esta una cosa: que un día delante del Señor es como mil años y mil años como un día” (2 Pedro 3.7 al 8 – RVR1909). El espacio y tiempo como lo conocemos actualmente, existen solamente en esta vida, la siguiente vida es eterna en el tiempo de Dios. En el caso de la referencia al Libro Supremo como la memoria de Dios, está escrito lo siguiente: “Para que buscasen á Dios, si en alguna manera, palpando, le hallen; aunque cierto no está lejos de cada uno de nosotros: Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como también algunos de vuestros poetas dijeron: Porque linaje de éste somos también” (Hechos 17.27 al 28 – RVR1909).

 

         Esta vida conocida como la vida presente corresponde al juicio inicial:

“No obstante, reinó la muerte desde Adam hasta Moisés, aun en los que no pecaron á la manera de la rebelión de Adam; el cual es figura del que había de venir. Mas no como el delito, tal fué el don: porque si por el delito de aquel uno murieron los muchos, mucho más abundó la gracia de Dios á los muchos, y el don por la gracia de un hombre, Jesucristo. Ni tampoco de la manera que por un pecado, así también el don: porque el juicio á la verdad vino de un pecado para condenación, mas la gracia vino de muchos delitos para justificación. Porque, si por un delito reinó la muerte por uno, mucho más reinarán en vida por un Jesucristo los que reciben la abundancia de gracia, y del don de la justicia” (Romanos 5.14 al 17 – RVR1909).

 

         Este juicio inicial es también conocido como el juicio previo, donde los justos presentan por fe la demostración de su inocencia y justicia, a través de los hechos de su vida diaria, sus acciones, actitudes, actos, atributos, carácter, cualidades, comportamiento, conducta, discipulado, ejemplo, emociones, hábitos, personalidad, principios, sentimientos, temperamento, valores, virtudes y voluntad. Por lo tanto, el juicio inicial es en vida: “Pero si alguno padece como Cristiano, no se avergüence; antes glorifique á Dios en esta parte. Porque es tiempo de que el juicio comience de la casa de Dios: y si primero comienza por nosotros, ¿qué será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva; ¿á dónde aparecerá el infiel y el pecador? Y por eso los que son afligidos según la voluntad de Dios, encomiéndenle sus almas, como á fiel Criador, haciendo bien” (1 Pedro 4.16 al 19 – RVR1909).

 

         Cuando aparezca el Señor Jesús en su segunda venida, quienes están vivos en el momento, confirmarán su condición o estado ante Dios: “Y ahora, hijitos, perseverad en él; para que cuando apareciere, tengamos confianza, y no seamos confundidos de él en su venida. Si sabéis que él es justo, sabed también que cualquiera que hace justicia, es nacido de él” (1 Juan 2.28 al 29 – RVR1909). Las personas que se encuentran preparadas para recibir y encontrarse con el Señor son transformados corporalmente, aunque primeramente resucitan los que han muerto con la misma preparación, o sea, los que duermen en el Señor:

“He aquí, os digo un misterio: Todos ciertamente no dormiremos, mas todos seremos transformados. En un momento, en un abrir de ojo, a la final trompeta; porque será tocada la trompeta, y los muertos serán levantados sin corrupción, y nosotros seremos transformados. Porque es menester que esto corruptible sea vestido de incorrupción, y esto mortal sea vestido de inmortalidad. Y cuando esto corruptible fuere vestido de incorrupción, y esto mortal fuere vestido de inmortalidad, entonces se efectuará la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte con victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15.51 al 55 – RVR1909).

 

         Jesucristo hace mención de los tibios, que vienen a ser los indecisos: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueses frío, ó caliente! Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3.15 al 16 – RVR1909). Los calientes y los fríos han tomado una decisión y son conscientes de sus consecuencias, mientras los mediocres se paralizan al ser tibios, se quedan sin movimiento en la energía, fuerza o poder de su ejercicio de decisión. Por ejemplo, tanto los ángeles que se quedan sin decisión, como los ángeles indecisos que se adhieren a los ángeles caídos, sufren la misma sentencia determinada por Dios, donde ya no hay más que decidir. Además lo tibio es mezclar lo caliente con frío que igualmente representa la muerte espiritual. La segunda muerte y final es el mismo lago de fuego y azufre: “… el lago ardiendo con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 20.14 y 21.8 – RVR1909). Cuando la Biblia menciona el castigo eterno o por siempre, se refiere a su procedencia, ya que procede del Dios Eterno, según su palabra. Así Dios retribuye a cada quien según los frutos y obras cotidianas, cuando rindan cuentas de sus acciones. Pareciera que lo tibio mezcla lo profano con lo santo: “Todo árbol que no lleva buen fruto, córtase y échase en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos: mas el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos mucho milagros? Y entonces les protestaré: Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de maldad” (Mateo 7.19 al 23 – RVR1909).

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