4) El Origen del bien y del mal. El origen del egoísmo, la envidia y el odio.

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La personalidad de los Discípulos de Jesucristo.

         El egoísmo es un extremo y aparente amor de sí mismo, mediante el pensamiento enfocado solamente en su propio agrado, complacencia, gusto o voluntad. La envidia es un sentimiento de dolor y tristeza de una persona, por causa del bien ajeno, o sea, debido al bienestar y felicidad de otra persona. El egoísmo sumado a la envidia genera el odio o aversión hasta llegar a la repugnancia y deseo del mal hacia una persona. Analicemos las pistas de la Biblia acerca del origen del bien y del mal, los indicios del hilo conductor están repartidos en varios pasajes bíblicos para la averiguación y demostración de este origen. Iniciemos con la siguiente afirmación de la energía y santidad de Dios en la creación: “¿A qué pues me haréis semejante, ó seré asimilado? Dice el Santo. Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién crió estas cosas: él saca por cuenta su ejército: á todas llama por sus nombres; ninguna faltará: tal es la grandeza de su fuerza, y su poder y virtud.” (Isaías 40.25 al 26 – RVR1909).

 

         En el principio únicamente existía la energía creadora, y la forma corporal de la energía creadora era la energía misma, con su propia mente, pensamientos e intenciones, con deseos, emociones y sentimientos. La particularidad de esta energía es el amor invisible, manifestado posteriormente en forma visible mediante Jesucristo:

“El que no ama, no conoce á Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió á su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado á Dios, sino que él nos amó á nosotros, y ha enviado á su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (1 Juan 4.8 al 10 – RVR1909).

 

         En el caso de la energía creadora de Dios Padre y su poder para actuar es su Espíritu Santo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4.24 – RVR1909). La energía de Dios es el origen del principio, luego con la creación surge la materia o forma de energía con los atributos de relación con el espacio, masa y tiempo: “Por la fe entendemos haber sido compuestos los siglos por la palabra de Dios, siendo hecho lo que se ve, de lo que no se veía.” (Hebreos 11.3 – RVR1909).

 

         La energía de Dios o Espíritu de Dios transmite el conocimiento necesario para alumbrar el entendimiento: “Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para su conocimiento; Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál sea la esperanza de su vocación, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,” (Efesios 1.17 al 18 – RVR1909). Este pasaje menciona a Dios como el Padre, por cierto, el libro de Job mucho antes de la primera venida de Jesucristo, hace referencia a la expresión “los hijos de Dios”:

 

“Y un día vinieron los hijos de Dios á presentarse delante de Jehová, entre los cuales vino también Satán. Y dijo Jehová a Satán: ¿De dónde vienes? Y respondiendo Satán á Jehová, dijo: De rodear la tierra, y de andar por ella. Y Jehová dijo á Satán: ¿No has considerado á mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios, y apartado de mal?” (Job 1.6 al 8 y 2.1 al 3 – RVR1909).

 

         La mención de “apartado de mal” hace alusión a la santidad. Precisamente en relación con adorar a Dios en espíritu y en verdad, se requiere el alumbramiento de los ojos del entendimiento, así como dice Job:

 

“Y respondió Job á Jehová, y dijo: Yo conozco que todo lo puedes, Y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que oscurece el consejo sin ciencia? Por tanto yo denunciaba lo que no entendía; Cosas que me eran ocultas, y que no las sabía. Oye te ruego, y hablaré; Te preguntaré, y tú me enseñarás. De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento En el polvo y en la ceniza.” (Job 42.1 al 6 – RVR1909).

 

Job dice: “Mas ahora mis ojos te ven…” Estos ojos son los de la comprensión y entendimiento, porque Dios es invisible: “Que nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo; En el cual tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados: El cual es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura.” (Colosenses 1.13 al 15 – RVR1909), nadie le ha visto: “A Dios nadie le vió jamás: el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le declaró.” (Juan 1.18 – RVR1909).

 

         Jesucristo asegura que nadie ha visto al Padre: “Y el que me envió, el Padre, él ha dado testimonio de mí. Ni nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su parecer” (Juan 5.37 – RVR1909). También en otro pasaje se indica la siguiente similitud: “No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios, éste ha visto al Padre” (Juan 6.46 – RVR1909). Pero si Dios es invisible como Jesucristo ha visto al Padre. Lo que pasa es que Jesucristo vino a dar a conocer al Padre, por ejemplo, en amor, compasión, fe,  justicia, misericordia, paz y santidad:

“Dícele Felipe: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dice: ¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo: mas el Padre que está en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí: de otra manera, creedme por las mismas obras.” (Juan 14.8 al 11 – RVR1909).

 

         La misma creación demuestra y es prueba de la existencia de Dios como creador: “Porque las cosas invisibles de él, su eterna potencia y divinidad, se echan de ver desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas, de modo que son inexcusables:” (Romanos 1.20 – RVR1909).

 

         Entonces, si Dios es el creador del ser humano, ¿quién es el responsable del bien y del mal? El responsable es el mismo ser humano al tomar sus propias decisiones por medio del libre albedrío, y sufre las consecuencias de sus acciones, congruente con el resultado de la causa y efecto, lo conocido como causalidad. La consecuencia establece una relación entre la conducta y los principios de la persona. Dios realiza la creación del ser humano con su constitución innata del temperamento, con una conexión o enlace de éste con la personalidad, debido a la dependencia que tienen entre sí. También se ha mencionado entre las funciones del temperamento, la portabilidad de la duda e indecisión al obedecer a Dios, que a pesar de ser una patología por perturbar o trastornar el sentido del entendimiento o la razón capaz de discernir, es finalmente el ser humano quien ejerce sus decisiones.

 

         Por lo tanto, la duda e indecisión al obedecer a Dios, aunque sea connatural (congénita), es neutral en relación con la transmisión del bien y del mal. La duda e indecisión no es buena o mala en sí misma, sino que es afectada por la influencia, que es un poder generador de la acción y efecto de influir en la voluntad, o sea, producir ciertos efectos buenos o malos en el pensamiento y las acciones de la persona. Esta influencia sí procede del bien o del mal, por ejemplo, tenemos el siguiente caso:

“Mas les resistía Elimas el encantador (que así se interpreta su nombre), procurando apartar de la fe al procónsul. Entonces Saulo, que también es Pablo, lleno del Espíritu Santo, poniendo en él los ojos, Dijo: Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia, ¿no cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?” (Hechos 13.8 al 10 – RVR1909).

 

         Al parecer el tipo de influencia nos lleva a actuar como hijos de Dios o hijos del diablo. Ya desde el libro de Génesis al principio menciona a los hijos de Dios:

“Y acaeció que, cuando comenzaron los hombres á multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas. Viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomáronse mujeres, escogiendo entre todas. Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne: mas serán sus días ciento y veinte años” (Génesis 6.1 al 3 – RVR1909).

 

         Los hijos de Dios eran las personas influenciadas y practicantes del bien, viendo la apariencia de hermosura física de las personas influenciadas por el mal, se mezclaron para aparear incitados por la lascivia y sensualidad, impulsados más como instinto animal e irreflexivo (carnales), en lugar de unidos por Dios en un acto de procreación matrimonial (espirituales). El medio de influencia del mal es la apariencia, engaño y la mentira:

“Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Dijéronle entonces: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuera Dios, ciertamente me amaríais: porque yo de Dios he salido, y he venido; que no he venido de mí mismo, mas él me envió. ¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? porque no podéis oír mi palabra. Vosotros de vuestro padre el diablo sois, y los deseos de vuestro padre queréis cumplir. Él, homicida ha sido desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.” (Juan 8.41 al 44 – RVR1909).

 

         Desde un principio Caín es injusto y mata a su hermano Abel. En Caín prevalece el egoísmo, la envidia y el odio, fortalecidos por el orgullo y la soberbia. Tanto Abel como Caín actúan sin predisposición al bien o el mal, sino que son sometidos a la influencia del bien y del mal. Por otra parte, cada uno tiene su propio temperamento, que a manera de caballo de Troya es portador de la Duda e indecisión al obedecer a Dios. Hasta aquí, no hay falta ni pecado, sino semejantes a un árbol que con sus frutos se da a conocer la clase de árbol, así en la práctica del bien: “Si bien hicieres, ¿no serás ensalzado? y si no hicieres bien, el pecado está á la puerta: con todo esto, á ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él. Y habló Caín á su hermano Abel: y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y le mató.” (Génesis 4.7 al 8 – RVR1909).

 

         Es fundamental identificar el estado, condición o momento, cuando se cumple en una persona la expresión de que el pecado está por entrar en la puerta. Esto es la influencia que incide o induce, llamada comúnmente como tentación previa al pecado. La duda e indecisión de ninguna manera es pecado, tampoco la tentación, ésta última aprovecha la propia concupiscencia o deseo de ambición y codicia de cada persona. La concupiscencia es semejante a una debilidad personal, por donde se podría filtrar la tentación para ocasionar el daño del pecado. La concupiscencia es como la última frontera para hacer frente contra el pecado, por lo tanto, es en la concupiscencia donde de ninguna manera se puede dar cabida o lugar al pecado. La decisión cuyo resultado es cometer bien o mal contra uno mismo o contra el prójimo, determina e identifica a quienes actúan como hijos, ya sea de Dios o del diablo:

 

“En esto son manifiestos los hijos de Dios, y los hijos del diablo: cualquiera que no hace justicia, y que no ama á su hermano, no es de Dios. Porque, este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos á otros. No como Caín, que era del maligno, y mató á su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.” (1 Juan 3.10 al 12 – RVR1909).

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