¿Por qué abandonan la iglesia los hijos de creyentes?

Comentarios · 11943 vistas

¿Por qué abandonan la iglesia los hijos de creyentes? AUDIOLIBRO AQUÍ El Arte De Servir Les presenta este material con el fin de poder ayudarlos a comprender más de la temática social, que involucra a nuestra juventud y el valor que se le da a esta población, que será el futuro d

¿Por qué abandonan la iglesia los hijos de creyentes?

AUDIOLIBRO AQUÍ

El Arte De Servir

Les presenta este material con el fin de poder ayudarlos a comprender más de la temática social, que involucra a nuestra juventud y el valor que se le da a esta población, que será el futuro de nuestra obra terrenal, hasta que nuestro señor regrese.
este material es muy útil para ministros que trabajan con jóvenes y para líderes de la congregación, para que revaloren sus acciones actuales y puedan lograr el éxito en su liderazgo sin olvidar los factores primarios de su labor en la obra de Dios.

I. Introducción.
¿Qué sucede con los hijos de los creyentes? ¿Por qué abandonan la iglesia? ¿Puede detenerse este terrible proceso? Y si la respuesta es positiva ¿Qué puede hacerse, qué debe hacerse?

 

II. Causas.

Una fe cultural.
En muchos de estos jóvenes se ha dado o se da una confusión en relación con la experiencia de la conversión. ¿Creen por convicción personal propia o porque han recibido esas creencias de sus padres? ¿Son religiosos o convertidos? ¿Han aceptado a Jesús o han aceptado una ética y una moral? ¿Tienen relación o tienen religión?

 

- Aumento del nivel cultural.
La mayor cultura y educación ha traído consigo nuevas y desconocidas presiones, ataques y cuestionamientos de la fe de los hijos de creyentes. Su fe, en muchos casos una fe cultural, no meditada, no profundizada, no madurada, no asimilada en la vida cotidiana, ha sido despiadadamente desafiada y puesta en entredicho por las ideologías y filosofías prevalecientes en nuestra sociedad.

Modelos deficientes: Marcos de referencia (Iglesia y Padres).
¿Cuáles son los dos marcos básicos de referencia para la formación de la identidad espiritual del joven? Sin duda la iglesia y la familia. Entonces, si estos son débiles y no cumplen adecuadamente su función, no hemos de extrañarnos que se produzca un abandono de la fe por parte de los jóvenes.

audiolibro-para-lideres-de-jovenes-1024x576 ¿Por qué abandonan la iglesia los hijos de creyentes?

 

III. Posibles soluciones.

1. Ayudar a los jóvenes a clarificar su experiencia de conversión.
Es trabajo de la iglesia ayudarles a clarificar su posición delante de Dios. No es nuestra responsabilidad negar ni afirmar su situación ante Dios, antes bien procurar los medios y las situaciones que les permitan a ellos mismos entender de forma clara y directa el Evangelio, cómo éste se relaciona con su realidad personal y qué espera Dios de cada uno de ellos.

2. Crear espacios de libertad para las dudas y las crisis.
Si permitimos que nuestros jóvenes se cuestionen y planteen su fe y somos responsables en elaborar y proveer respuestas coherentes y maduras, la fe de nuestros hijos prevalecerá.

3. Hacer una seria autocrítica como congregación.
¿Cómo está afectando a nuestros niños y jóvenes nuestra vida como congregación? ¿somos una congregación con un estilo de vida digno de ser imitado? ¿somos un motivo de ánimo, estímulo y motivación para el sector más joven de nuestra hermandad?

4. Proveer a los padres con motivación y recursos y adiestramiento para que puedan desempeñar su función educadora.
Tenemos la firme convicción de que es responsabilidad de la iglesia local ser un soporte y un constante motivo de ánimo para los padres.

IV. Conclusión
Nuestros jóvenes son entidades morales libres y responsables y finalmente es suya la decisión. Sin embargo, es responsabilidad de la iglesia proveer lo necesario para que esta decisión pueda ser tomada con plena comprensión de las implicaciones y consecuencias de la misma.

I. INTRODUCCIÓN

Recientemente conversaba con un líder evangélico centroamericano y me comentaba la tremenda realidad de que en su país, tres de cada cinco jóvenes abandonaban la iglesia. Este dato era tremendamente preocupante porque en su opinión cuestiona la realidad del crecimiento de la iglesia en aquel país de habla castellana. Dicho de otro modo ¿Hay un crecimiento real si perdemos tres de cada cinco jóvenes de nuestras iglesias? El dato era realmente sorprendente, sin embargo, todavía lo fue más el saber que esta situación es compartida por muchos de los países de América Latina y naturalmente España.

Al pensamiento no le costó demasiado pasar de la realidad de América Latina a la española. La situación en España es sin duda tan grave o más que la de las naciones comentadas. Los hijos de creyentes están abandonando la iglesia. Esto es un hecho que todos nosotros podemos constatar simplemente mirando a nuestro alrededor. Como persona dedicada desde hace años al trabajo entre la juventud lo he podido comprobar visitando y conociendo iglesias no solamente de mi propia denominación sino de otras denominaciones. El lamento es unánime y generalizado: ¡nuestros jóvenes están desertando de la iglesia, abandonan la fe y los valores de sus padres!. Esto ha sido corroborado por los comentarios de otros líderes y compañeros de ministerio ¿Qué sucede con los hijos de los creyentes? ¿Por qué abandonan la iglesia? ¿Puede detenerse este terrible proceso? Y si la respuesta es positiva ¿Qué puede hacerse, qué debe hacerse?

II. CAUSAS

Una fe cultural

Hay una realidad sociológica que no podemos ni debemos ignorar. En nuestras congregaciones hay un número creciente de personas que son segunda e incluso tercera generación de evangélicos. Se trata de muchachos y muchachas que por decirlo de alguna manera no vienen directamente del mundo, no provienen de un ambiente no cristiano o secular, sino que se incorporan a nuestras iglesias porque sus padres se convirtieron y ellos ya han nacido en un contexto evangélico. Es precisamente, cuando aumenta el número de hijos de creyentes en nuestras iglesias, cuando comienza la deserción de los mismos. El proceso incluso se ve agravado por la existencia de una tercera generación de evangélicos, hijos de los hijos de aquellos que una vez abandonaron el mundo.

¿Qué quiere decir todo esto? Fundamentalmente que han habido dos generaciones de evangélicos que han accedido a la información relacionada con la fe y el Evangelio no por una decisión propia sino como consecuencia de una herencia cultural familiar. Estos jóvenes han crecido desde pequeños conociendo y teniendo acceso a toda la información que permite a una persona ser cristiana, han tenido numerosas oportunidades de formación y recibir instrucción y familiarizarse con la fe que puede otorgarles la salvación.

Esto, sin embargo tiene unas ventajas y tiene unos inconvenientes. La ventaja es que les ha permitido un acceso privilegiado al conocimiento de Dios y su Palabra. Desde la niñez han podido aprender conceptos que pueden no sólo otorgarles la salvación sino hacer que sus vidas sean mucho más ricas, plenas y dignas de ser vividas. Han podido conocer el consejo de Dios que puede librar de multitud de situaciones de dolor y sufrimiento como consecuencia del pecado. Pero también esto tiene unos inconvenientes. El conocimiento sin práctica produce un efecto de inmunización. Estos jóvenes saben pero no viven y por tanto pueden llegar a pensar que el Evangelio realmente no funciona y no sirve para la vida cotidiana. Pueden llegar a pensar que estar en la iglesia es lo mismo que formar parte de la familia de Dios y por tanto no ver o no entender la necesidad de la conversión personal.

En muchos de estos jóvenes se ha dado o se da una confusión en relación con la experiencia de la conversión. ¿Creen por convicción personal propia o porque han recibido esas creencias de sus padres? ¿Son religiosos o convertidos? ¿Han aceptado a Jesús o han aceptado una ética y una moral? ¿Tienen relación o tienen religión? Para algunos lectores de este artículo estas afirmaciones tal vez pueden carecer de sentido, pero son muy importantes. Demasiado a menudo hemos dado por sentado que todos estos jóvenes eran creyentes simplemente porque estaban allí, los hemos tratado y les hemos exigido conformidad con un estilo de vida que no podían mantener simplemente porque no eran creyentes y a diferencia de sus padres, nunca habían tenido una experiencia personal de salvación porque nunca habían entendido qué es lo que Dios esperaba y exigía de ellos. En definitiva, hemos partido de la premisa de que eran creyentes, en vez de partir de la premisa de que no lo eran.

Ante esta crisis de identidad religiosa, ante esta confusión en relación con su fe y su experiencia personal de conversión, los hijos de creyentes reaccionan de dos formas diferentes:

1. Abandonan la iglesia. Tengo 41 años y son muchos los hombres y mujeres de mi generación que han abandonado el Evangelio. De hecho, me encuentro entre ese escaso número de los que permanecimos fieles. Todos nosotros podemos recordar compañeros, amigos, familiares que hoy no están con nosotros pero que un día estuvieron. Muchos de ellos abandonaron la fe tal vez debido a que conocieron la letra pero nunca tuvieron un encuentro personal con Cristo. Tuvieron religión, no relación.

2. Nominalismo evangélico. Esta es la segunda respuesta. El nominalismo no es un fenómeno exclusivamente católico. Muchas personas en nuestras iglesias viven una fe nominal. Una fe caracterizada por la observancia de un mínimo de manifestaciones externas de la fe cristiana y un escaso compromiso con los ideales radicales del Evangelio. Una pequeña minoría mantiene vivas y en funcionamiento la mayoría de nuestras iglesias ante la pasividad y/o indiferencia de una mayoría.

Aumento del nivel cultural

Mis padres no pudieron ni siquiera acabar sus estudios primarios. Yo he tenido la oportunidad de acabar la universidad y hacer un curso de postgrado en un país extranjero. Mis padres nunca pudieron soñar que su hijo tendrían semejantes oportunidades culturales. Mi caso no es único. La generación de la postguerra (En España) trabajó duro para conseguir que sus hijos tuvieran las oportunidades culturales y materiales que ellos nunca pudieron conseguir. A principios del periodo histórico que abarca este artículo un graduado universitario en nuestras iglesias era “rara avis” y el orgullo de toda la congregación. Conforme fuimos avanzando en este el número de personas con acceso a la universidad aumentó notablemente y hoy en día los jóvenes con formación universitaria están siendo cada vez más habituales en los ambientes evangélicos.

La mayor cultura y educación ha traído consigo nuevas y desconocidas presiones, ataques y cuestionamientos de la fe de los hijos de creyentes. Su fe, en muchos casos una fe cultural, no meditada, no profundizada, no madurada, no asimilada en la vida cotidiana, ha sido despiadadamente desafiada y puesta en entredicho por las ideologías y filosofías prevalecientes en nuestra sociedad.

Los jóvenes han visto su débil fe puesta bajo asedio y se han producido dudas y crisis con respecto a la validez, racionalidad y sentido de la misma. Desgraciadamente y con excesiva frecuencia estas dudas no sólo no han sido resueltas por la iglesia, sino que las personas han sido cuestionadas y vistas como sospechosas por el simple hecho de atreverse a dudar, a no tener las cosas claras. Una duda no resuelta conduce a una crisis de fe, a una creencia de que el Evangelio no es realmente compatible con una mente racional, con una formación intelectual.

A modo de resumen, es posible que la confusión en relación a la experiencia de la conversión y la falta de respuesta a las dudas y crisis de fe hayan sido, si no los únicos, si dos factores fundamentales que nos permiten entender el porqué del abandono de la iglesia por parte de los hijos de los creyentes.
Modelos deficientes

Una tercera razón por la cual los jóvenes abandonan la iglesia es por causa de los modelos deficientes de espiritualidad que hay a su disposición. Lamentablemente, muy a menudo, no somos lo suficientemente conscientes de la tremenda importancia de los modelos o marcos de referencia para los jóvenes. Estos modelos o marcos de referencia le proporcionan puntos de orientación que por medio del enfrentamiento, el contraste, la comparación o la imitación le ayudan a desarrollar y formar su identidad personal, incluyendo naturalmente su identidad espiritual. Cuando estos marcos o modelos son deficientes entonces el joven, como afirma el educador Antonio Jiménez Ortiz, desarrolla una aguda fragmentación interna, sin columna vertebral que sostenga su personalidad. ¿Cuáles son los dos marcos básicos de referencia para la formación de la identidad espiritual del joven? Sin duda la iglesia y la familia. Entonces, si estos son débiles y no cumplen adecuadamente su función, no hemos de extrañarnos que se produzca un abandono de la fe por parte de los jóvenes.
Fin de pagina tres, comienzo de pagina cuatro

Hablemos en primer lugar de la iglesia. ¿Somos plenamente conscientes del tremendo poder moldeador que tiene la congregación sobre el individuo? No es una exageración afirmar que los grupos por norma general moldean a su imagen y semejanza a los individuos que en ellos se integran. ¿Por qué se produce esta influencia? Bien, esto es debido a que el grupo ya en funcionamiento y normalmente con muchos años de estructuración provee al individuo que se desea integrar en él una serie de pautas de comportamiento que son presentadas como la “normalidad” y por tanto, el recién llegado observa a su alrededor y toma sus propias conclusiones acerca de lo que se considera el comportamiento normal y por tanto lo que de él se espera. Pongamos un ejemplo que nos ayude a entenderlo. Si nos incorporamos a un nuevo trabajo, normalmente el primer día procuramos llegar con antelación suficiente a la hora de comienzo de la jornada laboral. Pero si observamos que todo el mundo llega diez o quince minutos más tarde del horario supuesto, se ponen a leer el periódico, comentan las noticias del día y el partido del sábado y tan sólo se ponen a trabajar media hora después de cuando se suponían que debían hacerlo ¿qué conclusiones sacaremos? Si ese comportamiento se da día tras día, asumiremos que esa es la “normalidad” y nos adaptaremos a la misma.

Lo mismo sucede con nuestras iglesias. Cuando el niño crece y se convierte en joven y busca su propia identidad espiritual ¿hacia dónde dirigirá sus miradas? Sin duda, en primer lugar a la comunidad (posteriormente hablaremos de la familia) Esta, le ofrecerá una idea de lo qué significa el ser cristiano y en qué consiste la vida cristiana. Si nos encontramos ante una comunidad comprometida, amante de la Palabra, celosa en la evangelización, comprometida con la santidad y ardiente en la adoración, nuestro joven asumirá que la vida cristiana “normal” consiste precisamente en eso y tendrá un modelo correcto y desafiante. Si contrariamente encuentra una comunidad fría, legalista, poco comprometida con la santidad, la evangelización y carente de entusiasmo por la Palabra ¿qué hará nuestro joven? Hay muchísimas más posibilidades que rechace una fe que probablemente considera que es hipócrita y carente de sentido para él.

Un estudio realizado por el pastor Carl K. Spackman y publicado en su libro Transmitiendo la fe a nuestros hijos (Ediciones Las Américas: Méjico 1992) indica que un 19,3% de los jóvenes por él encuestados manifestaron que la hipocresía en la iglesia era la razón decisiva para su abandono de la fe. En efecto, los jóvenes nos observan, sacan sus conclusiones y toman sus decisiones con respecto a la fe y tristemente en muchas ocasiones, sin ser ni siquiera conscientes de ello les estamos empujando al abandono de la fe con nuestro pobre, hipócrita y mezquino estilo de vida. En este contexto cabría recordar las palabras de Jesús: “…imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos” (Lucas 17:1-2)

Las iglesias y sus líderes nos deberíamos plantear muy seriamente qué tipo de influencia moldeadora estamos teniendo sobre nuestros niños y nuestros jóvenes. ¿Podría darse la triste situación de que lejos de ayudarles a acercarse al Señor, seamos una piedra de tropiezo y escándalo para ellos? Hace falta madurez, honestidad y humildad para contestar esta pregunta y actuar en consecuencia.

El otro marco de referencia es el ofrecido por los padres. El Doctor Kenneth E. Hyde, investigador de la Universidad de Birmingham y autor entre otros libros de Religion in Chilhood and Adolescence (The Religious Education Press: Birmingham, Alabama, 1990) hace una afirmación que es desafiante y esperanzadora para todos los padres creyentes:

Para concluir, los descubrimientos científicos confirman lo que hacía tiempo ya habíamos entendido. La religión es aprendida en primer lugar en el hogar, y la calidad de la vida religiosa de los padres, y su involucración activa en la iglesia es la más grande las influencias que reciben los adolescentes. Los hijos adoptan las actitudes y opiniones de sus padres; la adolescencia trae una madurez emocional e intelectual más grande y con ello una actitud más crítica… La influencia de los amigos se convierte en algo de gran influencia -pero su elección de los amigos habrá sido afectada por las actitudes que ya se hayan formado en sus hogares.

Esperanza y responsabilidad. El hogar es la principal influencia a la hora de formar la identidad espiritual de los jóvenes. La iglesia no es y no debería ser la principal fuerza moldeadora de la identidad espiritual de los niños y jóvenes. No estamos afirmando nada nuevo. De hecho la Escritura claramente coloca en los hombros de los padres dicho privilegio y responsabilidad. Deuteronomio 6:4-9 es el pasaje emblemático. En contraste no encontramos ni un sólo pasaje en que esta responsabilidad sea delegada en la iglesia, aunque ésta tenga un importante papel que jugar.

Desgraciadamente hoy en día se están dando dos fenómenos que contribuyen a que los jóvenes dejen la fe. Por un lado la baja calidad espiritual de los padres. Muchos padres no cultivan su propia vida espiritual. No dedican tiempo a un mejor y más profundo conocimiento de Dios y su Palabra y su vida religiosa se ha convertido en nominal en un alto porcentaje. El resultado directo de esto es el abandono de la fe como estilo de vida, los valores, prioridades, formas de comportamientos, ilusiones y otras fuerzas que mueven a estos adultos ya no son las que emanan de la Biblia, al menos no principalmente, sino las normales que mueven a cualquier miembro de nuestra sociedad. Esta pérdida de valores bíblicos afecta como es natural a los hijos que no ven una coherencia entre lo que sus padres dicen y sus padres viven.

El Doctor Julián Melgosa de la Open University de Londres afirma:

Se dice, y con razón, que el joven cierra el oído al consejo y abre los ojos al ejemplo. Cuando lo que se sostiene de palabra no es confirmado con los hechos, es lógico que no sólo se ponga en duda la fidelidad a los principios de los mayores, sino que se cuestione incluso la validez de estos principios.

Sin embargo existen muchos padres que son fieles al Señor, comprometidos con Su Palabra y la iglesia local y ven con temor como sus hijos se acercan a esa edad crítica en que pueden dejar la fe. En algunas ocasiones se produce un abandono de la fe porque los padres no han sido conscientes de cuál era su papel como educadores y por tanto no lo han podido asumir.

La educación no es algo que simplemente sucede. La educación es una acción consciente de la voluntad que tiene como finalidad producir un cambio conductual y moral en la vida de los hijos. Dicho de otra manera, la educación no sucede, se provoca y se lleva a cabo, se promueve. Del pasaje de Deuteronomio antes mencionado podemos sacar tres principios claves que todos los padres debemos aplicar en nuestro proceso educativo con los hijos:

El primer principio es el de encarnar la verdad en nuestras vidas. Nuestros hijos deben ver que somos coherentes, no perfectos, con nuestras creencias. Que vivimos aquellos principios, hábitos y estilos de vida que nacen de la Palabra y que deseamos que ellos asuman e incorporen en sus vidas. No vamos a hacer una lista exhaustiva de todos ellos, pero los padres hemos en encarnar entre otras cosas, el perdón, la entrega, el amor incondicional, el servicio y el respeto. Hemos de mostrar que amamos y seguimos a nuestro Dios de forma consciente y responsable.

El segundo principio es la repetición continuada de los preceptos de la Palabra de Dios. El hogar es el lugar para enseñar la Biblia y sus principios a nuestros hijos. Una y otra vez hemos de exponerlos, enseñarlos y repetirlos. Hemos de asegurarnos que nuestros jóvenes conocen y entienden el consejo de Dios y tienen la oportunidad de aplicarlo en sus vidas. Para ellos hemos de tener tiempos formales (culto familiar o similar) y tiempos informales de enseñanza (enseñando usando las situaciones reales y cotidianas de la vida)

Por último, hemos de ayudarles a aplicar los principios de la Biblia en las situaciones de su vida cotidiana. Hemos de aprovechar cualquier situación, incidente y experiencia de la vida para hacer aflorar los preceptos y enseñanzas del Señor y relacionarlos de manera viva y relevante con ellos. De esta manera nuestros hijos aprenderán que la Escritura involucra todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida, y que tiene y puede dar luz sobre cualquier circunstancia o situación humana.

III POSIBLES SOLUCIONES

Un buen diagnóstico es básico para un tratamiento eficaz. Hemos tratado de discernir las causas del abandono de la iglesia por parte de los hijos de los creyentes porque partir de ellas es fundamental para tratar de aportar soluciones de cara al futuro. ¿Qué podemos hacer al respecto?

1. Ayudar a los jóvenes a clarificar su experiencia de conversión. Vamos a partir de unas premisas claras. Nuestros hijos no son creyentes por el mero de hecho de estar en el local de la iglesia. Tampoco lo son por tener toda la información necesaria -demasiado a menudo fragmentada y presentada sin sistema ni coherencia, tampoco lo son porque se hayan bautizado.

Hemos de pensar en términos de un campo de misión o evangelización interior. Muchos de nosotros nos sorprenderíamos al comprobar el escaso conocimiento bíblico de nuestros jóvenes, su deformada comprensión de la vida cristiana, las ideas peregrinas que tienen acerca de Dios, lo mucho que están influenciados por valores y filosofías no cristianas, todo ello, incluso aunque estén bautizados y activos en su grupo de jóvenes.

Necesitamos plantearnos estrategias para evangelizar a nuestros jóvenes teniendo en cuenta sus características. Son personas que conocen la información básica, que pueden dar las respuestas correctas sin que necesariamente hayan tenido una experiencia real de conversión ni una comprensión del significado y las implicaciones de lo que saben. Para muchos de ellos la fe es más una cuestión de conceptos que de experiencia.

Es trabajo de la iglesia ayudarles a clarificar su posición delante de Dios. No es nuestra responsabilidad negar ni afirmar su situación ante Dios, antes bien procurar los medios y las situaciones que les permitan a ellos mismos entender de forma clara y directa el Evangelio, cómo éste se relaciona con su realidad personal y qué espera Dios de cada uno de ellos. Debemos asegurarnos que todos y cada uno de ellos son confrontados con el mensaje de salvación de tal manera, que como resultado de dicha confrontación todos, sin excepción, entiendan, cuál es su posición ante Dios.

2. Crear espacios de libertad para las dudas y las crisis. La duda no es mala, la duda es una actitud intelectual que hace que la persona precise de más información o una mejor comprensión de la que actualmente tiene. La duda no debe ser confundida con la incredulidad que es una negativa a creer. La duda es honesta, la incredulidad no lo es. La duda debe de ser respetada, valorada y aceptada. Es más, creemos que debe primarse, que los jóvenes puedan expresar sus dudas con toda su crudeza y profundidad sin que ello implique el riesgo de que puedan verse “catalogados” o bien marginados emocional o espiritualmente.

Algunos adultos, dirigentes o no, ven la duda como algo peligroso, algo a erradicar. Las dudas no se erradican, si por tal término se entiende reprimirlas, ignorarlas, pretender que no existen o obligar directa o indirectamente a sus portadores a ocultarlas. Las dudas se resuelven con amor y con respuestas honestas, íntegras y coherentes. Un líder de jóvenes que siempre favoreció que sus jóvenes expresaran todo tipo de dudas acostumbraba a agradecerles su confianza por hacerlo y prometía que siempre encontrarían una respuesta íntegra, honesta e intelectualmente coherente. Tal vez no sería la que los jóvenes desearían oír, pero sin duda los propios jóvenes sabrían apreciar la coherencia de la misma. Pensamos sinceramente que este es el tipo de actitudes que deberían de existir ante la duda. Es posible que la razón por la que muchos adultos se horrorizan delante de las dudas que pueden plantear sus jóvenes sea el hecho de la propia debilidad y la inseguridad espiritual en la que ellos mismos viven. La inseguridad de otros pone de manifiesto su propia inseguridad y debilidad, tan laboriosamente mantenida bajo control.

Hemos de transmitir a nuestros hijos el sentimiento de que la fe no ha de tener miedo de ser cuestionada. La fe, si es verdadera, tal y como creemos los cristianos, no debe tener miedo de la prueba de la duda o el cuestionar. Si permitimos que nuestros jóvenes se cuestionen y planteen su fe y somos responsables en elaborar y proveer respuestas coherentes y maduras, la fe de nuestros hijos prevalecerá. Sin embargo, no olvidemos que una duda no resuelta o reprimida puede ser una semilla de incredulidad. Por otra parte animar a nuestros jóvenes, no a dudar -eso pueden hacerlo y lo harán por sí mismos- sino a expresar sus dudas, puede ser tremendamente beneficioso para nosotros ya que nos permitirá conocer las necesidades reales de nuestros jóvenes, sabremos cuál es su situación real y estaremos en condiciones envidiables para poder ayudarles.

3. Hacer una seria autocrítica como congregación. Cuando nos convertimos somos añadidos al cuerpo de Cristo, pasamos a formar parte de la familia de Dios y nos guste o no, seamos conscientes o no, entramos en una situación de interdependencia los unos de los otros. Ya no somos seres aislados que viven su vida en solitario e individualmente. Como cuerpo interdependiente todo lo que yo hago tiene repercusiones positivas o negativas en otros miembros de la asamblea. Mi testimonio, sin que yo tal vez tenga la más mínima conciencia puede ser un factor de motivación, estímulo, consuelo y ánimo para otros hermanos y hermanas, o puede ser un factor de desánimo, desmotivación y una razón más para que otros se alejen o se enfríen en su relación con el Señor. Por esta razón las congregaciones encabezadas por sus líderes deben hacer un sano y necesario ejercicio de autocrítica y plantearse ¿cómo está afectando a nuestros niños y jóvenes nuestra vida como congregación? ¿somos una congregación con un estilo de vida digno de ser imitado? ¿somos un motivo de ánimo, estímulo y motivación para el sector más joven de nuestra hermandad?

4. Proveer a los padres con motivación, recursos y adiestramiento para que puedan desempeñar su función educadora. Hemos afirmado el protagonismo de los padres en la función de transmitir la fe y ayudar a los jóvenes a formar su identidad religiosa. La iglesia no puede dejar solos ante tamaña responsabilidad a los progenitores. Tenemos la firme convicción de que es responsabilidad de la iglesia local ser un soporte y un constante motivo de ánimo para los padres. La iglesia local puede cumplir esta función de la siguiente manera:

Primero, dando a los padres enseñanza y visión acerca de cuál es su papel como padres. La iglesia debe enseñarles qué es lo que el Señor espera de ellos en relación a la educación de sus hijos y motivarles a llevar a cabo la tarea encomendada.

En segundo lugar, la iglesia debe adiestrar a los padres acerca de cómo llevar a cabo la tarea. No sólo hemos de alertar a las personas acerca de su responsabilidad, a menos que los adiestremos y les enseñemos cómo hacerla vamos a producir en muchos padres más frustración que ánimo. No olvidemos que afortunadamente, muchos padres son plenamente conscientes de su responsabilidad y lo único que necesitan es que alguien les ayude a saber cómo pueden hacerla.

En último lugar, las comunidades locales deben proveer a sus miembros con los recursos necesarios para llevar a cabo su tarea. La iglesia debe buscar y averiguar cuáles son los mejores materiales y métodos que pueden ser usados por los padres y ponerlos a la disposición de los mismos.

IV. CONCLUSIÓN

Nuestros hijos han de tomar sus propias decisiones en relación a Dios. Todo ser humano es responsable personal e individualmente de la actitud que tome ante el Señor y su Evangelio. Nuestros jóvenes son entidades morales libres y responsables y finalmente es suya la decisión. Sin embargo, es responsabilidad de la iglesia proveer lo necesario para que esta decisión pueda ser tomada con plena comprensión de las implicaciones y consecuencias de la misma. ¿Evitaremos que nuestros hijos abandonen la iglesia si les ayudamos a clarificar su confusión con relación a la conversión y les proveemos de respuestas a sus dudas? Mi convicción es que probablemente muchos casos de deserción podrían ser solucionados si prestáramos atención a estos dos factores claves. Quiera Dios que ningún joven más abandone la fe debido a que no hemos provisto los medios necesarios para ayudarles en este sentido.

material escrito

Por: Felix Ortiz

Comentarios